
“... Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” Lucas 1:1-3
Había ocurrido un hecho sin precedentes, Pilato envío sus soldados al templo a que arremetieran en contra de los que estaban en aquel lugar santo, las espadas traspasaron sus cuerpos, su sangre se mezcló con la sangre de los animales que ese día se ofrecían… no fueron asesinados en el campo de batalla, sino mientras oraban y ofrecían sacrificios, desarmados en el templo. La barbarie junto con el sacrilegio hacían de este acontecimiento un hecho imperdonable e inolvidable ¿Por qué Dios lo había permitido? Algunos se preguntaron. ¿Eran estos judíos especialmente malvados? ¿Y qué pensaría este gran Maestro? La respuesta de Jesús enerva las sensibilidades modernas tanto como las de sus oyentes originales. Jesús apartó la mirada de la atroz maldad de los romanos y dirigió los ojos de sus oyentes hacia su propio pecado. Sin duda, su respuesta molestó a algunos. Sin duda, a los demás les pareció insensible. Sin duda, desconcertó a muchos más.
La terrible calamidad fue usada para ilustrar la realidad de todo ser humano: debes arrepentirte o tú también perecerás. Tenían una espada de que preocuparse. El pecado, y no el sufrimiento, era y sigue siendo el problema más urgente que enfrentan las almas de los hombres. A través de sus palabras, nos mira a los ojos a cada uno de nosotros y aclara que el problema más grande del mundo, el problema que Él vino a remediar, es nuestro pecado y nuestra culpa ante (y contra) un Dios Santo, y el terrible y justo juicio que provoca. ¿Nos hemos acostumbrado tanto al horror del pecado? En última instancia, no es por el coronavirus o el cáncer o las guerras que morimos: la paga del pecado es la muerte (Ro 6:23). A causa del pecado, se acerca la venganza eterna con consecuencias tan terribles para quien caiga bajo ella, que comparado con ello este acontecimiento tan atroz es una simple parábola.
¿Te conoces pecador? ¿Es usted miserable en sí mismo y sabe que no tiene esperanza sin Dios? Jesús vino por ti. No vino por los sanos, sino por los enfermos (Mar 2:17) y todos estamos desahuciados. Vino para quitar la culpa, lavar lo sucio, a cubrir la vergüenza de tu desnudez… ¿Estás dispuesto? Él ha eliminado los obstáculos; la puerta está abierta. El Rey exige que vengas a ser perdonado, transformado y preparado para una eternidad con Él. Ha hecho un camino para llegar al precio más alto. Ha cancelado el registro de la deuda que estaba en contra de su pueblo, con sus demandas legales, “clavándolo en la cruz” (Col 2:14). ¿Por qué demorar más en tus pecados? Ven a vestirte, ven y sé lleno. Ven a estar satisfecho, ven y sé completo. Ven a ser perdonado. Ven y disfruta de una eternidad con Dios.
Oración: Oh Padre tú eres Justo y yo soy culpable, ninguna justicia o bondad hay en mí, oh Señor no quiero conocer los horrores de tu ira por amar más los placeres de la vida, Padre sé que has levantado un camino por el que aun siendo culpable me acerco a ti, pero mi naturaleza mala y perversa se niega a seguirte, Dios ten misericordia de mi miserable condición y obra el milagro del nuevo nacimiento en mí, dame un nuevo corazón con nuevos deseos y deleites acordes a tú santidad. Amén
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