Lucha contra la incredulidad

Publicado el 1 de mayo de 2023, 4:24

“Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la que fuiste llamado” 1 Timoteo 6:12

Si la esencia de la justicia es confiar en Dios, entonces la raíz de todo pecado es la incredulidad. La incredulidad es la insatisfacción con Su presencia y provisión. De esta insatisfacción surgen todos los actos de pecado, por lo tanto, la batalla contra el pecado debe ser una batalla contra la incredulidad en nuestros propios corazones. Todos los estados pecaminosos de nuestro corazón se deben a la incredulidad en la sobreabundante disposición y capacidad de Dios para trabajar por nosotros en cada situación de la vida para que todo resulte para nuestro bien. La ansiedad, el rencor, la indiferencia, la codicia, la envidia, la lujuria, la amargura, la impaciencia, el desánimo, el orgullo: todos estos son brotes de la raíz de la incredulidad en las promesas de Dios.

Existimos para la gloria de Dios. Él nos creó para Su gloria (Isaías 43:7). Él nos predestinó a ser Sus hijos para Su gloria (Efesios 1:6). Él nos designó para vivir para Su gloria (Efesios 1:12). Ya sea que comamos, bebamos o hagamos cualquier otra cosa, debemos hacerlo todo para la gloria de Dios ( 1 Corintios 10:31) Confiar en las promesas de Dios es la forma más fundamental en la que puedes glorificar a Dios conscientemente. Cuando crees en una promesa de Dios, honras la capacidad de Dios para hacer lo que prometió y Su voluntad de hacer lo que prometió y Su sabiduría para saber cómo hacerlo. Nada deshonra más a Dios que no creer lo que Él dice. O para decirlo de manera positiva, si nuestra meta es glorificar a Dios en todo lo que hacemos, entonces debemos hacer que nuestra meta en todo lo que hagamos sea creer en las promesas de Dios. A menos que aprendamos a vivir por fe en las promesas de Dios, fracasaremos en nuestra meta como iglesia. A menos que aprendamos a luchar contra la incredulidad que siempre ataca nuestros corazones, no podremos glorificar a Dios constantemente. Y nuestra razón de ser se habrá ido.

Contrario a la incredulidad es la fe, la fe es un poder, nunca deja la vida sin cambios. No puede, porque aquello en lo que depositas tu esperanza siempre gobierna tu vida. Si depositas tu esperanza en el dinero, si depositas tu esperanza en el prestigio, si depositas tu esperanza en el ocio y la comodidad, si depositas tu esperanza en el poder o el éxito, esto regirá las elecciones que hagas y las actitudes que desarrolles. Y también depositar su esperanza en las promesas de Dios día tras día, creer en las promesas de Dios es la raíz principal de toda justicia y amor. Tenemos a Pablo diciendo a los Gálatas: “Estoy crucificado con Cristo. Ya no soy yo quien vive sino Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en la carne la vivo por la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”... Pablo vivió su vida todos los días por fe. Jesús lo había amado lo suficiente como para morir por él, y ahora Pablo sabía que podía confiar en Él, en que podría cuidarlo y satisfacer todas sus necesidades (Filipenses 1:19). Cuando depositas tu esperanza en las promesas de Dios y en la presencia de Jesús, vives de manera diferente: “Bienaventurado el hombre que confía en el Señor, cuya confianza está en el Señor. Es como un árbol plantado junto al agua, que echa sus raíces junto a la corriente, y no teme cuando llega el calor, porque sus hojas permanecen verdes, y no se angustia en el año de sequía, porque no cesa de dar fruto” (Jeremías 17:7-8) Creer en las promesas de Dios no es algo muerto e infructuoso. Para seguir creyendo en las promesas de Dios y dando frutos de fe, tenemos que luchar todos los días contra la incredulidad. Convertirse en cristiano es el comienzo de la batalla, no el final. Vamos “Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la que fuiste llamado”.

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