
“¿No se dan cuenta de que en una carrera todos corren, pero sólo una persona se lleva el premio? ¡Así que corran para ganar! Todos los atletas se entrenan con disciplina. Lo hacen para ganar un premio que se desvanecerá, pero nosotros lo hacemos por un premio eterno. Por eso yo corro cada paso con propósito” 1ª Corintios 9:24-26 NTV
¿Por qué debemos correr y luchar? ¿Cómo entonces correremos? ¿Qué es ejercer dominio propio? ¿Vamos a abofetear y golpear nuestros cuerpos y convertirlos en nuestros esclavos? ¿Cómo se ve esto en la vida real?
Pablo resolvió hacer de su vida una demostración viviente de que Cristo está en él y que Cristo es poderoso para salvar. La forma en que corre y la forma en que lucha no es porque no tiene a Cristo y espera tenerlo, sino porque tiene a Cristo y quiere mostrárselo al mundo. En Filipenses 3:12 lo dice de otro modo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús." La carrera y la lucha de la vida cristiana es una carrera y una lucha por la vida eterna: “Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:12). Pero es una carrera y una lucha en la confianza de que hemos sido tomados por Cristo para esa misma vida. Nuestra carrera y nuestra lucha, con todo su dolor, es prueba de que el Cristo que corrió Su carrera y peleó Su lucha y soportó su cruz por el gozo (el premio) puesto delante de Él está vivo y es real en nuestros corazones.
Así que Pablo se usa a sí mismo para mostrar lo que está en juego en la forma en que corremos y luchamos. Él dice: : “¿No sabéis que los que corren en una carrera todos corren, pero sólo uno recibe el premio? Corre de tal manera que puedas apoderarte de él. Corre para ganar el premio. La “corona incorruptible” es la justicia que finalmente nos prepara para el cielo. Aún no lo tenemos. Todavía pecamos, nos arrepentimos y Dios perdona. Pero luchamos y corremos en pos de la justicia (Hebreos 12:14). Tenemos hambre y sed de justicia con la confianza, dice Jesús, de que “seremos saciados” (Mateo 5:6). ¡No corremos en vano!. La vida cristiana es un asunto terriblemente serio y los riesgos son infinitamente altos. Lo que haga con su vida, la forma en que corra su carrera y pelee su lucha, marcará la diferencia entre compartir las promesas del evangelio o ser descalificado. Hará la diferencia entre alcanzar o no el premio del llamado supremo de Dios en Cristo. Hará la diferencia entre recibir o no la corona inmarcesible de justicia. La vida es un asunto serio.
Las diferentes competencias atléticas que conocemos nos han permitido ver el camino de disciplina y dolor que los atletas están dispuestos a recorrer por una medalla de oro y una hora en la gloria de la alabanza humana. Lo que Dios nos ofrece y nos promete en el evangelio y en el premio y en la corona vale diez mil veces más que todo el oro o gloria de una competencia atlética.
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