
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” Hebreos 2:14-15
El término “hijos” está tomado del versículo anterior y se refiere a la descendencia espiritual de Cristo (aquellos que por la fe han creído en Su obra y reconocen Su señorío). Estos son llamados “hijos de Dios”. Al enviar a Cristo, Dios tiene especialmente en vista la salvación de sus “hijos”. Es cierto que “de tal manera amó Dios al mundo, que envío a Su hijo”. Pero Jesús no murió por el mundo, Él murió por aquellos que siendo del mundo pertenecían al Padre por haber sido escogidos anticipadamente para salvación “reuniendo a los hijos de Dios que están dispersos” (Juan 11:52).
Cristo existió antes de la encarnación. Él era espíritu, Él era la Palabra eterna, Él estaba con Dios y era Dios (Juan 1:1; Colosenses 2:9). Pero tomó carne y sangre y vistió su deidad de humanidad. Se hizo completamente hombre y permaneció siendo completamente Dios. Es un gran misterio, pero es el corazón de nuestra fe y es lo que enseña la Biblia. La razón por la que se hizo hombre fue para morir. Como Dios, no podía morir por los pecadores, pero como hombre pudo. Su objetivo era morir. Por lo tanto, tuvo que nacer hombre, nació para morir… para dejar sin poder al que tenía el señorío de la muerte, es decir, al diablo.
Al morir, Cristo le quitó el arma que el diablo podía usar contra el creyente ¿Cómo? Cubriendo todo nuestro pecado. Esto significa que Satanás no tiene motivos legítimos para acusar a los que han creído ante Dios. “Quien acusará a los escogidos de Dios, Dios es el que justifica” (Romanos 8:33). ¿Sobre qué bases justifica? A través de la sangre de Jesús (Romanos 5:9). El arma definitiva de Satanás contra nosotros es nuestro propio pecado. Si la muerte de Jesús lo quita, el arma principal del diablo es quitada de su mano. ¡Él no puede demandar nuestra pena de muerte, porque el Juez nos ha absuelto por la muerte de su Hijo!
Entonces estamos libres del miedo a la muerte. Dios nos ha justificado a través de Cristo, Satanás no puede anular ese decreto. Y Dios quiere que nuestra máxima seguridad tenga un efecto inmediato en nuestras vidas. Quiere que el final feliz elimine la esclavitud y el miedo al ahora. Si no necesitamos temer a nuestro último y más grande enemigo, la muerte, entonces no necesitamos temer a nada. Podemos ser libres, libres para vivir en gozo y para andar en rectitud.
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