
“No lo ocultaremos a sus hijos, sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, Su poder y las maravillas que hizo” Salmo 78:4
La realidad de Dios es el tesoro más importante, la herencia más importante, el legado más importante del mundo y Él ha diseñado la relación entre padres e hijos como el medio principal para transmitir la verdad de esa realidad de una generación a la siguiente. El objetivo de la transmisión no es solo el contenido intelectual, sino una profunda confianza en el corazón. Nuestro objetivo como padres no es simplemente llenar la cabeza de nuestros hijos con el conocimiento de Dios, sino inspirar el corazón de nuestros hijos para adorar a Dios, que ellos crezcan no solo para saber acerca de Dios, sino también para adorar al Dios que conocen.
Teniendo esto en mente es necesario considerar en primer lugar que las acciones con las que más influenciamos sobre nuestros hijos son acciones no premeditadas. Hay muchas que podemos numerar: expresiones faciales, postura, tono de voz, gestos, tus respuestas al perro, al clima y a las noticias de la televisión… evidencian quién eres realmente y esto es lo que más les influencia. En segundo lugar, ellos también serán muy influenciados a través de aquello que ven que te hace más feliz, no lo que escuchan que les dices que hagan, o incluso lo que ven que haces, pero no les gusta hacer. En su mayoría, imitarán lo que te ven hacer que parece hacerte más feliz. Las implicaciones de estos dos principios es que los padres debemos dedicar la mayor parte de nuestra energía a convertirnos en cierto tipo de persona, no a tratar de dominar las estrategias de crianza. Nunca funcionará. Tu única esperanza, si quieres influir en tus hijos para Dios, es ser una cierta clase de persona enamorada de Dios, de modo que cuando reaccionas espontáneamente, lo que ven es a Dios y si los niños imitan lo que realmente te hace más feliz, entonces la prioridad de la crianza debe ser encontrar tu más profunda satisfacción en Dios, para que tu alegría en Él se derrame en lo que dices y haces.
Si nuestra única esperanza como padres respecto a nuestros hijos es llegar a ser alguien verdaderamente enamorado de Dios, entonces, vivir para Su gloria y alabanza debe ser no sólo nuestro objetivo sino nuestra prioridad… vivir de este modo hará diferencia en todo lo que somos y hacemos, es por ello que Dios nos ordena que le alabemos, no porque el necesite de nuestra alabanza sino porque es lo que mayor bien producirá en nuestras vidas. Sin la experiencia de la satisfacción sincera en Dios, las alabanzas son vanas, estar satisfechos en Dios es el centro de la adoración autentica, la forma externa es indiferente… "Ellos me adoran con los labios (es decir, con alabanzas), pero su corazón (es decir, su satisfacción) está lejos de mí" (Mateo 15:8). Muchos que piensan que Dios es honrado por el cumplimiento obediente de las ordenanzas externas, pero lo cierto es que a menos que haya satisfacción en Él, el cumplimiento externo de los mandamientos se puede convertir en la manifestación pública de nuestra hipocresía que dañará no sólo nuestras vidas sino también la de nuestros hijos.
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