Libres para morir

Publicado el 14 de julio de 2023, 3:51

La unión del creyente con Cristo Jesús es primordial en la práctica de hacer morir el pecado. En Romanos 6:1-13, Pablo muestra la relación entre nuestra unión con Cristo y nuestro deber de hacer morir la carne. También desmiente la idea de que la justificación promueve el pecado. Él enseña que la obra de Cristo en la cruz, la cual es la base de la justificación, también es la base para la santificación… Él dice: “Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección” (Romanos 6:5). La Biblia establece esta unión de dos maneras: el creyente está unido a Cristo a través de un pacto y a través de su conversión.

Cuando Cristo vino al mundo, Él obedeció la ley de Dios perfectamente y ofreció Su vida sin pecado como sacrificio por los pecados de Su pueblo. Debido a que Cristo es la Cabeza de Su pueblo, actuó por todos Sus elegidos, y ellos actuaron en Él. Cuando Él obedeció, ellos obedecieron; cuando Él murió, ellos murieron; cuando Él resucitó de entre los muertos, ellos resucitaron también. De este modo, la culpa de nuestros pecados le fue imputada a Él mientras colgaba en la cruz, saciando así la ira de Dios; y, en consecuencia, nuestros pecados son perdonados (Romanos 3:24-26). Dado que Cristo obedeció perfectamente la Ley, Su obediencia perfecta nos es imputada, y Dios nos declara justos. Este perdón e imputación de Su justicia es la justificación del creyente.

El creyente también está unido a Cristo por su conversión. Lo que Cristo hizo por nosotros legalmente, mientras estuvo en la tierra, llega a ser nuestro personalmente cuando nacemos de nuevo, nos arrepentimos y creemos en Él (conversión). Dos cosas ocurren en el momento de nuestra conversión. Primero, debido a nuestra unión con Cristo, cuando nacemos de nuevo, el viejo hombre muere (Romanos 6:6). En la conversión, la muerte de Cristo es aplicada a nosotros, por lo tanto, estamos muertos al pecado. Aunque Dios en Su providencia ha dejado un remanente de pecado en nosotros y debemos luchar para matarlo (mortificación), nuestra unión con Cristo en Su muerte garantiza la victoria en esta lucha. Segundo, cuando nacemos de nuevo, somos librados del poder del pecado. Pablo dice que el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos es el mismo poder que nos regenera y que está obrando continuamente en nosotros. Así que, vivimos por el poder de Su resurrección (Gálatas 2:20); y, por lo tanto, nuestra unión con Cristo certifica que la obra de la mortificación no fallará… Como el pecado ya no es nuestro amo, no debemos permitirle gobernar nuestros cuerpos para obedecer sus deseos. Pablo dice: deja de enlistar a los miembros de tu cuerpo para servir al pecado; más bien, ofrécete a Dios como uno que ha resucitado de entre los muertos y que le pertenece. La mortificación es el resultado de nuestra consagración a Dios. 

Tomado de: Ministerios Ligonier. Serie: La mortificación del pecado

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