
Son días difíciles para los padres. No solo por las mentiras que abundan, sino también por el ritmo al que vivimos. Sincronizados al ritmo de hombres y mujeres solteros que idolatran sus carreras. La crianza bíblica de los hijos y la inversión de tiempo que exige, y el ritmo que lleva, a menudo se siente en desacuerdo con nuestros deseos de eficiencia y productividad. Los padres están atrapados en una tensión: si bien no pueden acelerar el desarrollo de los niños, tampoco pueden permanecer indiferentes ante su inminente crecimiento. El arrepentimiento se asoma en el horizonte si ignoramos las consecuencias futuras de permitir que la insensatez permanezca en estos jóvenes discípulos que amamos.
“Mirad, pues, con cuidado cómo andáis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:15-17) El rápido crecimiento de los niños sirve como un recordatorio de que el presente es todo lo que tenemos. En un abrir y cerrar de ojos los niños se van de casa, ¿y qué hicimos en esos años? El ayer ya es historia y es posible que el mañana no llegue como hemos planeado. Pero el presente nos ha sido dado para que cuidemos la eternidad. Pensemos algo, si es cierto que no hay mayor alegría que saber que nuestros hijos están caminando en la verdad (3 Juan 4), ¿por qué nos esforzamos tanto en aquello que no contribuye a este propósito? Las oportunidades con nuestros hijos no duran para siempre. El tiempo pasa, no se detiene, no se ralentiza, no vuelve atrás… por lo tanto, “debemos hacer las obras del que [nos] envió mientras es de día; viene la noche, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4) ¿Cómo hacerlo? Defina el objetivo de su paternidad: contemplar a Cristo y llegar a ser como Él. Como Pablo con la iglesia de los Gálatas, gemir “con dolores de parto, hasta que Cristo sea formado” en nuestros hijos (Gálatas 4:19).
Decía Corrie Ten Boom: "Si el diablo no puede hacerte pecar, te mantendrá ocupado" apartar tiempo sin afanes para invertirlo en el discipulado de nuestros hijos, eliminar compromisos innecesarios, aprender a dejar el computador y el celular y relacionarse con la familia… cocinar juntos, conversar sobre los desafíos escolares. Practicar el principio de preferencia: la importancia de algo se puede medir por lo que se le permite interrumpir... determina qué es eso que puede esperar. Interrumpir cualquier cosa que estemos haciendo para tener un tiempo bíblico en familia, no solo expone a nuestros hijos a la palabra de Dios, sino que también demuestra algo acerca de su importancia. Lo menos importante debe ceder ante lo más importante. Los padres, tanto sabios como necios, han descubierto que cuanto más esperas para discipular (o disciplinar) a tus hijos, más difícil se vuelve. Los días pasan volando. “Enséñanos, pues, a contar nuestros días para que tengamos un corazón sabio” (Salmo 90:12). ¿Alguna vez has tratado de contar los días que te quedan para influir en tus hijos? Ahora es el momento. Con la fuerza que Dios da, ve por el corazón de tus hijos no para ti, sino para Cristo.
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Amén.