Madres de hijos pequeños sirviendo a un gran Dios

Publicado el 26 de julio de 2023, 4:13

Cuando luchamos con las responsabilidades y demandas de la maternidad, nuestro problema más profundo no es necesariamente un esposo ocupado o insensible, un bebé con cólicos o un presupuesto estricto. Nuestro problema más profundo es nuestra predisposición al egocentrismo. La maternidad es agotadora y desordenada y, a menudo, sin gloria. Cada niño necesita, y merece, un compromiso incondicional e inmerecido de al menos un adulto en su vida. Ese tipo de compromiso es costoso, pero cualquier cosa de valor es costosa. La maternidad exige lo mejor de nosotras como mujeres: es donde aprendemos a servir, a ser más como Cristo. Seguimos a aquel que “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 25:7).

Mientras servimos a nuestros hijos, podemos apoyarnos en el siervo del Señor (Isaías 42:1). Sus brazos siempre están abiertos para las madres cansadas y necesitadas. Sus brazos no solo están abiertos a las madres agotadas, sino que tiene a nuestros hijos muy cerca de Su corazón, Él también es nuestro tierno Pastor… entonces, cuando nuestros cuerpos se agoten, Él entiende y nos guiará por caminos que restaurarán nuestras almas (Salmo 23:2-3), fortaleciéndonos “con todo poder, conforme a la potencia de Su gloria, para toda perseverancia y paciencia con gozo” (Colosenses 1:11). Cuando nos sentimos agotadas, aisladas y frustradas, hay dos opciones: optar por resistir las continuas intrusiones en nuestro tiempo y espacio, acumulando resentimiento o acoger esa pequeña alma que cada día pone en evidencia nuestra debilidad y necesidades.  Los fuertes no lo necesitan, sigamos apoyándonos en Él.

Una madre es la primera y principal influencia en la vida de un niño y los hijos son nuestra inversión en el futuro. Cuando servimos bien a nuestros hijos, les estamos enseñando a abrazar las obligaciones morales que eventualmente los ayudarán a construir relaciones sólidas, matrimonios saludables y familias seguras, estaremos plantando semillas que darán frutos piadosos en los años venideros. Nuestro arduo trabajo y esfuerzo le enseñarán cómo respetar a su papá y amar a sus hermanos, elegir una buena nutrición y un entretenimiento saludable, cómo valorar la limpieza y la cortesía y, en última instancia, qué peleas son dignas de su energía. Pensemos en el privilegio de guiar una mente y un corazón joven en su desarrollo espiritual, intelectual y social. Consideremos la bendición de presentarle a nuestros hijos el Dios del universo y las verdades eternas de Su palabra… Piense en el placer de ver a su hijo decir la verdad cuando es difícil, y expresar amor en lugar de egoísmo, y mostrar amabilidad con sinceridad. Disfrute del privilegio de enviar a otro hombre o mujer fuerte, vibrante y amante de Cristo a este mundo entristecido por el pecado, con el valor de vivir bien la vida por causa de Cristo. ¡No te desanimes! Alguien influirá en tu hijo durante sus primeros años, permite que seas . El precio que pagarás por ser madre se desvanecerá hasta volverse insignificante a medida que veas a tus hijos crecer en Cristo, eventualmente clamándolo como su propio Señor y Salvador. “No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Seamos mujeres que están dispuestas a pagar el precio y someternos a los sacrificios que exige la maternidad piadosa. No descuidemos lo que Dios nos ha llamado a hacer ni ignoremos lo que nos ha pedido que seamos: sus siervos para la nueva generación. Valdrá la pena “Vosotros estáis sirviendo a Cristo el Señor” (Colosenses 3:24).

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