Un llamado con poca gloria

Publicado el 27 de julio de 2023, 4:12

El llamado que Dios para las mujeres en mucho es un papel oculto en comparación con el de los hombres. Y, sin embargo, seguimos siendo iguales ante Dios en dignidad y valor. Pero aún a pesar de que las Escrituras dan testimonio de que todos somos iguales ante Dios, nuestra búsqueda de igualdad se ha visto corrompida por sentimientos de derecho. Los roles establecidos por Dios en el matrimonio y el liderazgo de la iglesia para muchos son desiguales, los baluartes de descontento en los corazones han proyectado un sentido de igualdad distorsionado, de tal modo que   se considera que los hombres y las mujeres, las mamás y los papás tienen roles intercambiables.

Muchas mujeres cristianas codician el púlpito y el liderazgo de los varones. Exigimos cada vez más derechos en nuestra competencia con los hombres. Menospreciamos los roles ocultos, porque queremos ser vistas y escuchadas. Nos hemos vuelto demasiado importantes a nuestros propios ojos. En sí mismo, no hay nada de malo en querer ser visto, oído y conocido. Estos son deseos dados por Dios cuyo propósito es señalarnos a Aquel que “no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que no aferrarse” (Filipenses 2:5-8): “Tened entre vosotros este sentir que es vuestro en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz

Tenemos mucho que aprender de Jesús en la aparentemente desapercibida labor materna. Él puede simpatizar con nosotras, porque al venir al mundo, asumió un papel oculto. Siendo uno con Dios, eligió asumir la humanidad y la oscuridad y convertirse en un bebé desconocido nacido en un pueblo sin importancia. El único digno de toda fama y reconocimiento tomó la forma de un sirviente. A Jesús, este acto de humilde obediencia no lo hizo sentir menos seguro en Su igualdad con Dios. Jesús estaba cumpliendo un papel diferente al de Dios Padre, pero nunca lo vemos expresar sentimientos de inferioridad. Tenía tanta confianza en Su igualdad con Dios que no perturbó Su decisión. Jesús nunca se quejó con Dios por haber sido tratado injustamente diciendo: “¿Por qué yo? ¿Por qué no haces esto en mi lugar? La visión de igualdad de Jesús es absolutamente diferente a la de nuestra sociedad.

En su nacimiento no fue recibido por muchos, sino sólo por un grupo pequeño de pastores. No tuvo honor en Su ciudad natal (Marcos 6:4). Fue rechazado por Su propio pueblo (Juan 1:11), traicionado y abandonado por Sus mejores amigos, y finalmente ejecutado como criminal. Nunca mereció ese trato y, sin embargo, se rindió voluntariamente a él. Su grito de abandono desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46) quedó sin respuesta, para que en Él fuésemos oídos por Dios. Dios apartó la mirada de Jesús como la encarnación de todo nuestro pecado, para poder mirarnos en el deleite lleno de gozo de la plena reconciliación. La fama y el reconocimiento de Jesús se atenuaron, para que nosotras pudiéramos ser reconocidas como hijas de Dios.  El sacrificio de Jesús parecía sin importancia e insignificante para el hombre, pero fue una gran gloria, porque sus acciones cosecharon beneficios eternos para Su pueblo. Asimismo, nuestros sacrificios ocultos como madres no son insignificantes, porque debajo de los roces de nariz, lágrimas y berrinches hay una gran gloria que resulta en beneficios eternos. Una vida vaciada de sí misma, en el nombre de Jesús, no pasa desapercibida para DiosEsto es todo lo que realmente importa: ser vistos por Dios en aquellos roles aparentemente ocultos.

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