
Por causa de nuestra naturaleza caída heredada, hacer el mal es más natural para nuestra raza que hacer el bien. Mentes que están naturalmente inclinadas hacia la lujuria, lenguas que apuñalan a nuestros seres más cercanos, ojos fijos determinadamente en nosotros mismos, puños que tiemblan ante su Creador. Por causa de esto, Jesús vino como Luz a las “tinieblas”, no porque el sol hubiera dejado de brillar, sino porque la oscuridad interior de la humanidad proyecta una sombra sobre toda la creación (Juan 1:5)
Para los cristianos, desde el nuevo nacimiento se gesta una lucha interna entre la carne y el espíritu… La mayoría de las veces, el cristiano es un amante de Dios. Se esfuerza por tener comunión con su Señor, busca amar a su prójimo como a sí mismo y comparte el evangelio cuando surge la oportunidad, aparentemente, es un seguidor comprometido. Y lo es, la mayor parte del tiempo. Pero en otras ocasiones, se transforma en una criatura que apenas parece humana (Salmo 73:12). Sus entrañas se retuercen, la oscuridad se manifiesta “La firma de Satanás parece estar escrita en su rostro”. Puede atacar a los miembros de su familia con sus palabras o beber de la mundanalidad que le rodea… tiempos que vive para sí mismo y desvaloriza a su Dios. Posterior a esto, parecer ser que su antiguo yo desaparece, dejando que el nuevo yo se consuma en la culpa y las consecuencias. Debido al cuerpo de muerte con el que convive, no tiene una victoria duradera. No puede estar realmente seguro de si es salvo. ¿Cómo puede entrar en el reino de los cielos si sigue atado a ese cuerpo de muerte (Romanos 7:24)? ¿Está libre de pecado o es esclavo de él (Romanos 6:16-22)? ¿Es oscuridad o luz? ¿Seguidor del Salvador o de Satanás (1 Juan 3:8-9)?
Aunque el cristiano todavía lucha con la carne, él no es, en el fondo, tinieblas: “en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor” (Efesios 5:8). Pablo, sabiendo acerca de las luchas con el pecado restante, nos mira a los ojos y nos dice esta verdad escandalosa para muchos: ustedes son luz. No parcialmente, eres luz. Podemos dudar en reconocer nuestra nueva identidad, por ello el Espíritu Santo repetidamente bombardea a la primera iglesia (y a nosotros) con una identidad singular, nos llaman santos. Elegidos por Dios. Amados de Dios. Nueva creación. Templo de Dios. Cuerpo de Cristo. Luz del mundo. La sal de la tierra. Hijos de Dios. El aroma de Cristo. Real sacerdocio. Pueblo adquirido por Dios. Mas que vencedores. Siervos fieles. Aunque Satanás nos llama viles irredimibles y nuestra experiencia confirma su veredicto, Dios nos llama justos y nosotros somos quienes Él dice que somos. El cristiano peleará con la carne hasta ver a Jesús cara a cara, pero las tinieblas no definen lo que somos.
La nueva perspectiva de la gracia nos enseña a considerarnos como Dios nos considera para vivir como Dios nos llama a vivir: “vosotros en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Andad como hijos de luz” (Efesios 5:8). Sabes que eres luz; entonces vive como lo que eres.
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