Vive bien por causa de los días que no verás

Publicado el 19 de septiembre de 2023, 6:21

Entonces Isaías dijo a Ezequías: Escucha este mensaje del Señor:  Se acerca el tiempo cuando todo lo que hay en tu palacio, todos los tesoros que tus antepasados han acumulado hasta ahora será llevado a Babilonia. No quedará nada, dice el Señor. Algunos de tus hijos serán llevados al destierro. Los harán eunucos que servirán en el palacio del rey de Babilonia”.  Entonces Ezequías dijo a Isaías: Este mensaje que me has dado de parte del Señor es bueno. Pues el rey pensaba: Por lo menos habrá paz y seguridad mientras yo viva 2 Reyes 20: 16-19 NTV

¿Cómo responderías a una noticia como esta? En una sociedad individualista como la nuestra, cuya visión generacional se ha oscurecido, muchos pueden permitirse el mismo pensamiento que pasó por el corazón del rey Ezequías cuando recibió esta profecía. Que delgado es el umbral entre un pasado desperdiciado y un futuro mutilado. A Ezequías esta noticia no le turbo en lo más mínimo, ¿Por qué preocuparse si cuando esto aconteciese el estaría muerto? Los muertos no sienten dolor… y así como él este es el pensamiento de una inmensa mayoría en nuestros días, hombres y mujeres viviendo vidas pasajeras sin preocuparse por las generaciones venideras. Cuanto necesitan las familias y la iglesia de hombres y mujeres que vivan para garantizar el bienestar de aquellos a quienes aman en los días que no verán. Es un desperdicio vivir solo para nuestro presente, sin considerar el futuro de los que quedarán cuando nosotros ya no estemos… tal vez al leer estás líneas tú seas uno de esos tantos que se excluye de esta mayoría porque te estás esforzando en dejar bienes para tus hijos, o estás haciendo sacrificios para que ellos estudien y sean “alguien” en la vida, o estás inculcando en ellos con tu ejemplo y palabras ser parte de una congregación ¿en serio eso es todo lo que planeas dejar?

Pensemos en Abraham, para quien cien años no fueron suficientes. Anhelaba un hijo y, más allá de él, la promesa de una descendencia mayor que las estrellas, más numerosa que la arena (Génesis 15:1-6). Consideremos a Rebeca y Rut, Ana…  madres que sufrieron y dieron sus mejores años y sus mismos cuerpos para tener hijos e hijas que, a su vez, darían paso a aquel que aplastaría la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15). Considere a Pablo, ese apóstol sin hijos que, sin embargo, fue padre de muchos (1 Corintios 4:15), y que no pudo separar su corona celestial de los hijos que Dios le había dado (1 Tesalonicenses 2:11, 19-20). Bajo la amenaza del martirio, se regocijó al pensar en ser derramado por causa de la fe de ellos (Filipenses 2:17) o consideremos a Jesús, el Dios-hombre mismo, si alguna vez hubo una vida que valiera la pena salvar, una influencia que valiera la pena proteger era la suya. Sin embargo, con gusto los dejó para “llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10).

Todos ellos y muchos más vivieron y murieron por “los niños aún por nacer” (Salmo 78:6). Nunca los abrazarían, pero construyeron legados: mirando más allá de los límites de su vida, sonrieron ante la belleza que disfrutarían sus nietos, bisnietos y con la gracia de Dios los que siguieran después de estos… ¿Cuál es tu legado?

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