Su triunfo: el motivo de mi santificación

Publicado el 29 de noviembre de 2023, 6:03

Por tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, ármense también ustedes con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, ya no para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios. 1 Pedro 4:1-2

Si Cristo sufrió en la carne para librarnos de pecado, ahora nos toca a nosotros, si es necesario, sufrir para alejarnos del pecado. Pedro dice, “…ármense también ustedes con el mismo propósito” esta expresión es una metáfora militar para referirse a alguien que se viste de una manera particular para la guerra. Nosotros debiéramos armarnos con el mismo propósito, es decir tengamos la misma actitud mental, el mismo valor y la misma intención hacia el sufrimiento.

Pedro también dice que ya hemos “terminado con el pecado.” Con esto, no nos está diciendo que ya no volveremos a pecar, sino que debiéramos tomar una resolución de una vez y para siempre para no querer pecar. Muchos cristianos no han tomado esta resolución, sino que más bien viven empujando los límites para ver hasta dónde pueden llegar, acercándose al pecado, pero no tanto como para que su conducta sea tildada de pecado… pero este simple hecho ya es un pecado. Estamos siendo llamados a romper de manera definitiva cualquier acuerdo al que hayamos llegado para continuar en pecado ¿por qué? Si Cristo estuvo dispuesto a sufrir en la carne para librarnos a nosotros del pecado, ¿Cuánto más debiéramos nosotros estar dispuestos a sufrir de igual manera en nuestra lucha contra el pecado?

Luego Pedro prosigue en su enseñanza manifestando que la voluntad de Dios debe ser el guía de la vida del cristiano hasta que entre en gloria “para vivir el tiempo resta, no ya para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios.” Independientemente del tiempo que vayamos a vivir, el cristiano tiene un solo llamado y es vivir para la voluntad de Dios… pero tenemos un problema al respecto, porque nosotros afirmamos con los labios que la voluntad de Dios es buena y agradable, pero vivimos como si la voluntad de Dios fuera imperfecta y desagradable. Es por eso que, en vez de someternos, nos rebelamos; en vez de darle gracias a Dios, le cuestionamos; en vez de hacer Su voluntad hacemos la nuestra. El ser humano es tan obstinado en hacer su voluntad que cuando Dios comienza a oponerse, nosotros tratamos por todos los medios de que Él nos deje hacer la nuestra. Somos tan testarudos que aun después de haber tropezado muchas veces insistimos en hacer lo que queramos.

Muchos son los que quieren conocer la voluntad de Dios, pero conocer la voluntad es una cosa y hacerla es otra totalmente distinta. Hacer la voluntad de Dios requiere cambios: nuestra forma de pensar, compromisos y relaciones, nuestras acciones y a veces hasta nuestras creencias… nuestras familias sufren por causa de que vivamos como queremos, volvamos a Dios no para que nuestras circunstancias cambien o se suavicen… volvamos a Él para ser nuevas criaturas capacitados para agradarle a Él y finalmente esto será lo que marque la diferencia en nuestras circunstancias.

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