El desierto espiritual ¿Cómo llegué aquí? 2

Publicado el 14 de febrero de 2024, 3:50

Hemos considerado dos caminos a través de los cuales con mucha seguridad seremos conducidos al desierto espiritual, lastimosamente no son los únicos capaces de hacerlo. Por ello es necesario mencionar que uno de los primeros pasos hacia la lejanía del Señor y la sequedad de nuestras almas es distanciarnos de Su pueblo, la iglesia. Al considerar esto es evidente por qué somos exhortados a no dejar de congregarnos (Hebreos 10:25) No cultivar una vida en comunidad nos afecta de muchas maneras. Por ejemplo:

  • Carecemos del ánimo para entregarnos unos a otros.
  • Los demás no pueden estar pendientes de nosotros.
  • No estudiamos la Palabra con otros.
  • No participamos en la adoración colectiva al Señor.
  • No tenemos la oportunidad de recibir discipulado.
  • No gozamos de la predicación fiel de la Palabra.

La ausencia de todo esto termina produciendo en nuestras vidas una sequedad del corazón que nos conduce a desiertos espirituales. Tan imposible como es que un carbón aislado se mantenga encendido así también que un creyente se mantenga ferviente alejado de la iglesia local.

La debilidad física también nos hace propensos a la debilidad espiritual. Nuestros cuerpos no son simples caparazones que albergan almas. No podemos perder de vista que la fragilidad y lo quebrantado de este mundo nos afecta en ambos sentidos, tanto de manera física como espiritual. Diferentes situaciones pueden llevarnos al agotamiento: una gran carga laboral prolongada sin descansar y cuidar de manera apropiada nuestro cuerpo, llenarnos de muchas responsabilidades. Todas estas circunstancias desgastantes pueden terminar llevándonos al desierto espiritual. Respecto a esto consideremos que Dios no se fatiga ni se cansa (Isaías 40:28), pero Él descansó luego de haber terminado toda Su creación (Génesis 2:2). Obviamente, Dios no necesitaba el descanso, pero que lo hiciera establece un modelo para nosotros.

Identificar los caminos que pueden llevarnos a un desierto espiritual es uno de los primeros pasos, pero no es todo lo que debemos hacer. Necesitamos identificarlos con los ojos puestos en Aquel que puede hacer correr ríos de agua viva en nuestro interior una vez más (Juan 7:37-38). En medio de las circunstancias difíciles, cuando el temor nos arropa o el cansancio se vuelve inaguantable: que nuestra fe no falte. No la fe humana que busca calmarse diciendo que las cosas van a salir como queremos, no la fe en que tarde o temprano nuestros sufrimientos van a terminar, no la fe en que Dios nos dará exactamente lo que le estamos pidiendo, sino la fe en la persona de Jesús. Necesitamos tener fe en Aquel que venció el pecado y la muerte. Fe en Aquel a quien se le ha dado toda potestad en el cielo y la tierra, quien nos ofrece ríos de agua viva capaces de saciar nuestra sed para siempre y que nos dice que nuestros sufrimientos son leves y pasajeros, a la luz de la eternidad. Fe en el que está con nosotros en medio de la tempestad y que ha prometido que no nos dejará ni nos desamparará: «. ¡Recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).

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