El desierto espiritual ¿Cómo llegué aquí?

Publicado el 13 de febrero de 2024, 4:28

Las sequías espirituales en nuestros corazones no ocurren de repente y sin razón alguna. No es como que hoy todo iba a las maravillas con Dios y de repente me despierto en un desierto espiritual ¿Qué paso aquí? Hay cosas que van sucediendo sutilmente en nuestras vidas, que la mayoría de las veces ignoramos porque no nos parece gran cosa y en el momento menos previsto terminan llevándonos a una sequía espiritual.

Consideremos inicialmente, el camino de la ceguera espiritual (es un camino que todos hemos recorrido y          quizás en el que algunos transitan en este momento). El alma vacía y ciega va buscando de un lugar a otro, pero nunca se satisface ni encuentra la verdadera fuente de agua de vida, que es Cristo nuestro Señor. Agustín de Hipona dijo: «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» Todo aquel que no está en Cristo tiene un alma vacía, y ese vacío clama por ser llenado. Por lo tanto, el no creyente vive en una búsqueda incesante e infructuosa, tratando de llenar ese vacío y así saciar la sed de su corazón. El problema es que muchas veces se busca saciar esa sed en lugares incorrectos, donde se encuentran supuestas fuentes que producirán, por un momento, la tan ansiada sensación de saciedad, pero que finalmente terminan dejando el mismo vacío y una sed aún mayor (Jeremías 2:13). Jesús es el único que puede hacer correr manantiales de agua viva en nuestros corazones (Juan 7:37-38).

En segundo lugar, consideremos el camino del sufrimiento. En ocasiones cuando nos encontramos en medio del sufrimiento, nuestras fuerzas se acaban, estamos agotados emocionalmente y nuestra fe comienza a desgastarse. Hemos estado orando y pidiendo al Señor que las cosas cambien, pero Su respuesta parece no llegar o lo hace de una manera distinta a la que esperábamos. Entonces, comenzamos a escuchar esa voz interior, que se pregunta si existe la posibilidad de que Dios se haya olvidado de nosotros. Cuestionamos el amor de Dios, perdemos el optimismo y pensamos que nada bueno saldrá de toda la aflicción. Todo esto hace que comencemos a apartar los ojos de Cristo y nos vayamos sumergiendo en nosotros mismos, en el agujero de nuestro dolor y sufrimiento. Empezamos a ver nuestras circunstancias a través de la lente de nuestro yo y no de la obra del evangelio.

Si en medio de la aflicción dejamos que se introduzcan expectativas incorrectas, terminaremos con un corazón turbado que cree que Dios lo olvidó. Las pruebas para los cristianos tienen el propósito de hacernos más a la imagen de Cristo, no de dañarnos. Sin embargo, ver las aflicciones de esta manera y lograr encontrar gozo en medio de ellas requieren que nuestras almas estén ancladas en el Señor y Su Palabra. Si en medio de nuestra aflicción dejamos que se introduzcan expectativas incorrectas, si nos dejamos engañar pensando que el sufrimiento no debiera tocar nuestra puerta porque somos creyentes, si creemos que la bondad de Dios se traduce en que Él debe responder nuestras oraciones de la manera en que queremos, terminaremos teniendo un corazón turbado que cree que Dios lo ha olvidado. Todo esto trae como consecuencia que perdamos la esperanza y olvidemos las promesas de propósito, sustento, consuelo y compañía que la Palabra nos da en medio de la aflicción, hasta el punto en el que la incredulidad llega a envolvernos y nuestras almas terminan secas en medio de un desierto espiritual.

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