
“De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” 2 Corintios 11:24-27
¿Cuál fue la razón por la que Pablo no dejó que su sufrimiento lo pusiera en contra de Dios o lo alejara de su ministerio? ¿Cómo funcionaría nuestro propio corazón si atravesáramos frecuentemente esa clase de sufrimiento? Pablo un hombre dedicado solamente a obedecer a Jesucristo. El resultado de su fidelidad al Cristo resucitado y todopoderoso fue que lo lastimasen una y otra vez en el camino de la obediencia ¿Cómo responderías tú? Muchos son los cristianos profesos que se amargaron tanto por las dificultades en sus vidas que se terminaron alejados de la fe cristiana.
Muchos piensan que aquel que se ha alejado de la fe necesita que se le enseñe que Dios no le causó sus miserias y que no deben alejarse de Él como si lo hubiera hecho... ¿Qué diría Pablo? ¿Atribuirá sus muchas tribulaciones a otra fuente distinta al Dios a quien fielmente servía? Con seguridad que Pablo conocía acerca de Job y su sufrimiento, es cierto que Satanás fue el autor intelectual y material de las miserias de Job. Fue él quien se presentó ante Dios y desató las muertes de sus hijos y la miseria de sus llagas (Job 1:6–19; 2:7). Pero cuando Job expresó su propio entendimiento de lo que le había pasado, le atribuyó la causa decisiva a Dios: “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21), Job ni se detuvo a pensar en el diablo y seguro que Pablo tampoco, él no pensaba que todos sus sufrimientos fuesen fortuitos, demoníacos o causados por la mano del hombre. Él sabía que provenían de Jesucristo mismo, quién le había avisado que vendrían (Hechos 9:16).
Dios no está despreocupado por los acontecimientos de tu vida. No le sorprende desprevenido tu sufrimiento. El Dios que hizo las galaxias conoce los cabellos de tu cabeza, los temores de tu corazón, los acontecimientos de tu vida y los detalles de tu futuro. Aunque los propósitos precisos de Dios pueden estar velados a nuestra vista, aún podemos obtener el consuelo de saber que todo lo que nos ocurre procede del plan bueno y sabio de Dios para nuestras vidas. Coloquemos nuestra fe en el Señor y no en nuestro propio entendimiento, porque Él enderezará nuestros caminos (Proverbios 3:5-6) porque es el Señor quien endereza nuestros pasos (Proverbios 16:9). Sus propósitos permanecen para siempre (Proverbios 19:21). Debemos desafiarnos a confiar en la sabiduría de Dios, a contentarnos con lo que Dios nos da y a ser fieles en lo que Dios nos llama a hacer cada día. Descansemos en Dios porque nada está fuera del alcance de Su providencia. Todo lo que ocurre es según Su voluntad y para Su gloria.
Absolutamente nada queda fuera del Señorío de Dios. Él conoce todas las cosas. Él ordena todas las cosas. Dirige todas las cosas para el bien de los que están en Cristo y para la gloria de Su nombre (Efesios 1:3-14). Cuando nos sentimos presionados, desconcertados, heridos, entristecidos y asombrados por la misteriosa providencia de Dios, presentémonos ante nuestro Dios soberano y digamos como el apóstol Pablo: “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén”. (Romanos 11:36).
Oración: Señor enaltecemos tu Nombre que es sobre todo nombre, damos a ti honor y alabanza porque tú gobiernas con poder y autoridad, dichosos los que se esconden al abrigo de tus alas, no tendrán temor del valle de sombra de muerte porque saben que eres tú quien guarda con celo sus almas, oh Señor dichoso aquel que al permanecer confiando en tu buena voluntad en cada circunstancia puede ver y dar testimonio de que al final tú has hecho que TODO obre para bien. Amén