
La Escritura confirma claramente lo que sabemos que es cierto por mera observación: la vida de este lado de la eternidad está marcada por la debilidad. Los espinos, los abrojos y el sudor de la maldición (Génesis 3) nos afectan a todos. Incluso después de haber sido justificados por la gracia de Dios mediante la fe (Romanos 3:24-25), e incluso después de haber sido salvados por el poder de la palabra de la cruz (1 Corintios 1:18), gemimos interiormente en este cuerpo de flaqueza, aguardando la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:23).
Sin embargo, mientras esperamos por esto, debemos ser equipados para poder servir y ministrar en un mundo caído como parte del cuerpo Cristo (Efesios 4:12), quien fue prometido «como luz para las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en tinieblas» (Isaías 42:6-7). Lamentablemente, a menudo son nuestros propios ojos los que necesitan abrirse a lo que nos rodea y a la obra que Dios nos llama a realizar. En lugar de gloriarnos porque “no somos como los otros hombres” (Lucas 18:11), se nos exhorta a que animemos «a los desalentados, sostengamos a los débiles y seamos pacientes con todos» (1 Tesalonicenses 5:14). De hecho, somos nosotros, los que vivimos a la luz de la cruz, los medios por los cuales Él alcanza a los débiles. Nuestras órdenes son claras: «Porque Él librará al necesitado cuando clame, también al afligido y al que no tiene quien le auxilie. Tendrá compasión del pobre y del necesitado, y la vida de los necesitados salvará» (Salmo 72:12-13)… Sin importar el pasado que hay tras nosotros, ante la cruz de Cristo, todos los que han creído son parte del mismo cuerpo: éramos pecadores débiles y heridos, sin esperanza y necesitados de gracia. Pero ahora, en Cristo Jesús, los aquellos «que en otro tiempo estábamos lejos, hemos sido acercados por la sangre de Cristo» (Efesios 2:13).
A la luz de la cruz y el amor de Cristo por mí, es difícil no experimentar convicción al leer la advertencia a los pastores de Israel: “Las débiles no habéis fortalecido, la enferma no habéis curado, la perniquebrada no habéis vendado, la descarriada no habéis hecho volver, la perdida no habéis buscado; sino que las habéis dominado con dureza y con severidad” (Ezequiel 34:4). ¿Es la compasión por los débiles, los descarriados y los necesitados una característica común de la iglesia de hoy? Ruego en oración que lo sea en la nuestra, que seamos una iglesia llena de compasión por aquellos que son como ovejas que no tiene pastor, que seamos una iglesia que cuando alguien es sorprendido en alguna falta, es lo suficientemente espiritual, para restaurarlo en un espíritu de mansedumbre, considerándonos a nosotros mismos, no sea que también seamos tentados (Gálatas 6:1), una iglesia en la que se evidencia el cumplimiento de aquella oración realizada por Cristo horas antes de su crucifixión “una iglesia perfeccionada en unidad” (Juan 17:23)… una iglesia “perfecta como Su Padre Celestial es perfecto” (Mateo 5:48).
Oh Señor, abre mis ojos y ablanda mi corazón hacia cada alma que Tú pones en mi camino, sin importar quién sea, qué haya hecho o cuán débil pueda ser porque esto es parte de lo que significa vivir a la luz de la cruz. Amén