
Jesús primero dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3) Ser pobre en espíritu es reconocer nuestra necesidad espiritual y dependencia de Dios. Esta bienaventuranza conduce a la segunda: los pobres en espíritu lloran por su pobreza (Mateo 5:4) lamentan su propio pecado y también se lamentan por todo pecado. Dios ha prometido consolar a los que lloran por el pecado. El Salmo 119:136 dice: “Ríos de lágrimas vierten mis ojos, porque ellos no guardan tu ley”. La segunda bienaventuranza abrió paso a la tercera: los que conocen su pobreza espiritual y lloran por ella serán humildes. La humildad contrasta con la autoexaltación, debido a que los humildes conocen su pobreza espiritual y se lamentan por ella, se niegan a exaltarse a sí mismos… y de este modo llegamos a la bienaventuranza de hoy: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mateo 5:3-6). Siguiendo el contexto de las anteriores bienaventuranzas, es correcto pensar que, si los discípulos conocen su pecado y debilidad, también le pedirán a Dios que satisfaga su necesidad de justicia… “Hambre y sed” es una metáfora que hoy no impacta tanto como en los días de Jesús, cuando la comida y el agua eran escasos y la gente solía pasar hambre y sed. En nuestra cultura, la comida y el agua son abundantes, así que no captamos bien la urgencia que Jesús quería comunicar. Las personas hambrientas y sedientas trabajan ardua y urgentemente para obtener alimentos. Así que tener hambre y sed de justicia significa que debemos perseguir urgentemente la justicia.
Tener hambre de justicia es anhelar el gobierno de Dios en nuestras vidas (Mateo 6:33). Es tener sed de la Palabra de Dios y de la compañía de los justos (los que han sido justificados por creer en Cristo). Esta hambre nos lleva a desarraigar nuestro pecado por el poder del Espíritu Santo y a ser más como Jesús (esto es la santificación) aquellos que tienen hambre y sed de justicia están dispuestos a dejar de lado el asesinato, la ira, el adulterio y cualquier otra práctica que les lleve a pecar contra Dios y su prójimo. Están dispuestos a servir amorosamente a sus detractores y aman a sus enemigos. Los discípulos hambrientos y sedientos de justicia no sólo se abstienen de toda forma de maldad, también buscan la misericordia, la pureza y la paz como veremos en las próximas bienaventuranzas. Los discípulos también anhelan la justicia en la sociedad, la purificación de la sociedad por parte de Dios. El hambre de justicia lleva a los discípulos a promover la causa de Dios en los negocios, la educación, la política y todas las demás esferas de la vida. A través de Isaías Dios ya había invitado a “Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed… y se deleitará vuestra alma en la abundancia” (Isaías 55:1-2) y Cristo también dijo: “… el que a mí viene no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan 6:35). Aquellos que vienen a Cristo con hambre y sed de justicia serán saciados abundantemente.
Ahora, dado que nuestra búsqueda de justicia se queda corta para efectos de alcanzar el estándar que Dios demanda, cuando creemos en Cristo nos es otorgada Su justicia (esto es la justificación) somos declarados justos, no por tener obras perfectas sino por la sola fe en Cristo. La justificación confiere una justicia legal para que los creyentes puedan comparecer y acercarse con confianza ante Dios en el último día. La justificación borra todo pecado y toda culpa, sea cual sea nuestro nivel de santificación… ¡estás son buenas nuevas! Finalmente preguntémonos, ¿tengo hambre de justicia? ¿estoy persiguiendo la santidad? O ¿estoy satisfecho con unos pocos momentos de justicia y amor? ¿Tengo una vida monótona y rutinaria en la que solo obedezco mecánicamente, donde simplemente encajo y me dejo llevar mientras los años van pasando y la vida se va desgastando? Los verdaderos discípulos anhelan la justicia de Dios y la persiguen… espero que lo hagas, y así recibas la justicia de nuestro Señor.