En la presencia de Dios

Publicado el 29 de marzo de 2024, 3:24

Hace algún tiempo J. C Ryle escribió: “Vive sabiendo que estás a la vista de Dios. Esto es lo que Abraham hizo, caminó delante de Él. Esto es lo que Enoc hizo, caminó con Él. Esto es lo que será en el cielo, la eterna presencia de Dios. No hagas nada que no quieras que vea Dios. No digas nada que no quieras que oiga Dios. No escribas nada que no quieras que Dios lea. No vayas a ningún lado donde no te gustaría que Dios te encontrara. No leas ningún libro que no te gustaría que Dios te dijera: “MuéstrameloNunca pases tu tiempo de tal manera que no te gustaría que Dios te preguntará: “¿Qué estás haciendo?” En otras palabras ¡Dios te ve! Él es Omnipresente. Su presencia santa te acompaña a todos lados” Entonces, el verdadero temor a Dios está en despertar a esta realidad: debemos ser siervos de Su presencia. Procurar agradar a Su ojo, deleitar Su corazón, escoger Su voluntad y obedecer Su Palabra en todo. En nuestros tiempos las personas son apercibidas a medir sus acciones tan pronto aparece un aparato de grabación sea de audio o de video, no así cuando no las hay, si mi integridad esta determinada por lo que puede ser visto por el ojo humano no es integridad. No así un alma consciente de la presencia de Dios y ansiosa por honrar tal presencia, ciertamente que esta alma practicará la integridad de corazón a toda hora.

Al respecto de honrar la presencia de Dios J. Owen dijo: Cuando el único motivo de mortificar el pecado es el temor de las consecuencias, este es un síntoma muy peligroso de una condición espiritual no saludable. Debe haber un mayor motivo que simple temor a las consecuencias para negarnos al mal, José razonó ante una propuesta de sexo ilícito ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Génesis. 39:9) Fue el amor por un Dios de gracia y bondad lo que motivó a José a negarse al pecado. En palabras de Pablo “el amor de Cristo nos constriñe.” (2 Corintios 5:14) El amor de Cristo, es decir, lo que Cristo hizo por nosotros al dejar Su gloria, hacerse semejante a los hombres, morir crucificado en nuestro lugar y resucitar al tercer día para ascender a la diestra del Padre, debe impulsar al cristiano a la santidad. El amor de Dios debería conmover nuestras almas al punto de llevarnos a dejar de vivir para nosotros mismos, a vivir para Aquel que murió y resucitó por nosotros. Muchos son prontos para juzgar esta conducta como fanatismo… pero, quien vive así ha muerto a sí mismo ya que la presencia de Cristo le ha capturado con Su amor, y su alma está apegada al deleite de la comunión con Él.

El tiempo es ahora que Dios está buscando adoradores que le adoren en espíritu y verdad (Juan 4:23-24), por tanto, resolvamos hacer del amor de Dios el fin de todas nuestras accionesComo creyentes nuestro único deber es amar a Dios y deleitarnos en Él y al buscar el cumplimiento de tal propósito será posible cumplir con el resto de los mandamientos. Cuando vivimos honrando la presencia de Dios, Su presencia afectará nuestro vivir como cónyuge, padre, empleado, feligrés, pastor… en el manejo del tiempo, el dinero, la tecnología, etc. Cuando no tenemos otro propósito en la vida excepto el de agradarle, Dios siempre nos da luz en nuestras dudas nos hará conocer Su voluntad para que podamos honrarlo. Este estilo de vida indudablemente implica rendirnos por completo a Dios y entregarnos de manera absoluta a sus propósitos.

“Oh Dios tú lo sabes todo, nuestros corazones están desnudos ante Ti. Por tanto, te ruego, hazme consciente en todo instante de Tu majestuosa presencia dentro de mí, fuera de mí y alrededor de mí. Conmueve mi alma con Tu belleza inigualable, Tu santidad impresionante, Tu gozo inextinguible y Tu sabiduría incomparable; hasta que llegues a ser el Tesoro de mi corazón, mi sumo bien, mi gozo soberano. Amén”.

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