
“Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata” Salmo 119:72
Para un verdadero discípulo de Cristo, que realmente quiere ser como Cristo, atesorar en su memoria las Escrituras es una disciplina vital ¿Cómo así que vital, acaso de ello depende mi vida? Responder afirmativamente esta pregunta no es una exageración, atesorar la Palabra de Dios en nuestra memoria librará nuestra alma de tropiezos: “En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11); nos dará la sabiduría para discernir correctamente entre lo bueno y lo malo, entre lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo… y esto puede guardarnos no sólo en esta vida sino también en la eternidad. No existe nada en este mundo que tenga la capacidad de preservarnos incluso en la muerte como la Palabra de Dios. Su Palabra es lumbrera en medio de este mundo sumergido en tinieblas, Su Palabra es pan que alimenta el alma, Su Palabra es agua que limpia nuestras vidas y nos hace perfectos y aptos para toda buena obra… Es imposible ser un verdadero discípulo y no tener un amor especial por las Sagradas Escrituras… como no tenerlo, si en ellas está la vida (Juan 5:39)
Dice el Salmo 119:15-16 “Meditaré en tus preceptos, y consideraré tus caminos. Me deleitaré en tus estatutos y no olvidaré tu palabra” La clave para evitar y escapar de las trampas del enemigo de nuestras almas es conocer la Palabra, meditar en la Palabra y recordar la Palabra. Quien memorice las Escrituras obtendrá muchos beneficios. En primer lugar, se encuentra la ayuda que las Escrituras ofrecen para poder resistir las tentaciones de Satanás. La respuesta de Jesús de “escrito está” para cada una de las tentaciones del adversario en el desierto es el mejor ejemplo de esto (Mateo 4:4,7,10). Además, las Escrituras ayudan a la renovación de nuestra mente para que nuestro pensamiento esté formado por la Palabra que mora en nosotros (Romanos 12:2; 2 Corintios 10:5). La verdad de Dios guardada en el corazón vendrá más fácil a la mente al momento de tomar de decisiones, aconsejar, evangelizar, enseñar, etc. Cuando la duda y la depresión nos acosen, la verdad de Dios que hemos almacenado será un ancla segura y estable para nuestra arca sacudida por la tempestad.
Entonces no te demores. Comienza ahora. Escoge un versículo. Escríbelo. Repásalo de manera continua. Ríndele cuentas a alguien. Apréndetelo no para jactarte, sino para que puedas vivirlo y para que Cristo sea visto en ti.
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