Discípulos: Ángeles de misericordia

Publicado el 27 de abril de 2024, 3:43

No es casualidad que las palabras discípulo y disciplina se parezcan, y es que un “discípulo” es alguien “disciplinado”. Esto puede referirse a la auto-disciplina, como cuando Pablo dice que él “golpea” su cuerpo para mantenerlo bajo control (1 Corintios 9:27). O bien puede significar recibir disciplina o corrección cuando uno se desvía, sea por parte de los padres (Efesios 6:4), de otros creyentes (Gálatas 6:1) o de Dios (Hebreos 12:5, 7-8, 11). La disciplina, particularmente cuando se refiere a la corrección, es vital para el que quiere ser discípulo. Jesús exhorta a los creyentes a confrontarse unos a otros como parte del proceso de la disciplina en la iglesia (Mateo 18:15-20). La corrección de un creyente cuando está en falta es un requisito bíblico, pero también lo es la aceptación de esa corrección y el arrepentimiento de nuestros pecados. De hecho, aquel que no acepta la corrección debe ser visto y tratado como alguien que en verdad no ha creído y por tanto que no ha nacido de nuevo.

Ahora esto realmente representa un problema ¿Por qué? Nosotros evitamos corregir y detestamos ser corregidos. Nuestro orgullo se interpone en ambas situaciones. No confrontamos al hermano o hermana porque para esto tenemos que ser honestos y vulnerables, o porque no queremos que nos respondan mal, o porque hemos sido heridos y decidimos simplemente ignorar al que nos ofendió. Y en las ocasiones en que sí hacemos la confrontación, con frecuencia lo hacemos hipócritamente (Mateo 7:3-5) o con ira en vez de mansedumbre (Gálatas 6:1). Confrontar y corregir no es sinónimo de desahogo. Odiamos ser corregidos debido a nuestro orgullo. No nos gusta cuando otros señalan nuestro pecado. La buena noticia es que Dios, por medio de Su Palabra y el Espíritu Santo, nos ayuda a superar nuestro orgullo. Si somos discípulos Cristo ya ha conquistado nuestro orgullo al acercarnos a Él. El pecado interior permanece, pero para el creyente, el poder del pecado del orgullo ha sido derrotado. Se nos ordena humillarnos, pero Dios es quien nos da la gracia para hacerlo.

El Señor en Su misericordia se aseguró de dejarnos ejemplo de creyentes que antes de nosotros fueron confrontados por su pecado y que por la gracia de Dios respondieron con humildad y arrepentimiento genuino. Tal es el caso de David, cuando fue confrontado no sólo se arrepintió, sino que su vida fue usada para darnos uno de los pasajes más grandiosos que tenemos en cuanto a una oración de arrepentimiento: el Salmo 51. No tuviéramos ese salmo hermoso si Natán no hubiera confrontado a David y si David no se hubiera arrepentido en humildad. ¿Por qué estuvo David tan dispuesto a arrepentirse? Lo vemos en la respuesta que le da a Natán: “He pecado contra el Señor” (2 Samuel 12:13). Nuevamente lo vemos en el Salmo 51:4 donde David escribe: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos”. Esta es la clave para aceptar la corrección: reconocer que todo nuestro pecado es una ofensa nefasta en contra del Dios santo quien nos ama tanto que nos ha hecho Sus hijos. Cuando esa es nuestra perspectiva, aquellos que nos confrontan dejan de ser mensajeros de condenación y se convierten en ángeles de misericordia.

Valoración: 4.6666666666667 estrellas
6 votos

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios