¿Existe el discípulo llanero Solitario?

Publicado el 28 de abril de 2024, 3:58

¿Qué significa amar a otros cristianos? ¿Es realmente tan importante? ¿No podemos acaso vivir la vida cristiana por nuestra propia cuenta? La Confesión de Fe de Westminster nos dice: “Los santos, por profesión, están obligados a mantener una comunión y un compañerismo santo en la adoración a Dios y a realizar los otros servicios espirituales que promueven su edificación mutua; y también a socorrerse los unos a los otros en las cosas externas, de acuerdo con sus diferentes habilidades y necesidades”. (CFW, Cap. 26-2). La asistencia regular al culto corporativo es una parte importante de cómo cumplimos con este deber: nos unimos a nuestros hermanos en Cristo para escuchar la Palabra, participar de los sacramentos, orar juntos, mezclar nuestras voces en canciones de alabanza y confesar juntos la fe que compartimos.

También estamos llamados a aliviar las necesidades externas de nuestros hermanos en la fe como podamos. Esto puede hacerse ofrendando a la iglesia local y participando directamente en situaciones de ayuda: preparando comida para un hermano convaleciente, ayudando con los quehaceres a un hermano que necesite, visitando a los enfermos y confinados en casa, o ayudando después de un desastre o pérdida…. El ser un cuerpo en Cristo tiene implicaciones importantes para nuestras relaciones con otros creyentes. Juan nos dice que debemos amarnos los unos a los otros, “porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Juan 4: 7). El mismo Señor Jesucristo lo dijo horas antes a Su muerte: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13: 34-35). Nuestro amor por los demás tiene como base el amor que Dios tiene por nosotros en Cristo.

Para aquel que por la gracia ha nacido de nuevo y camina como un discípulo de Cristo el amor de Dios obrará en su vida al menos de dos maneras: nos mueve a responder a Dios con amor, y nos mueve a amar a nuestros hermanos y hermanas en la fe (1 Juan 4: 11-12; 5: 1-3). Esto se debe a que somos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Adoramos juntos, usamos los dones dados por Dios para el beneficio del cuerpo, sufrimos juntos, nos regocijamos juntos y llevamos los unos las cargas de los otros (1 Corintios 12: 12-31; Gálatas 6:2). Si no somos movidos de esta manera, es posible que no seamos parte del cuerpo (1 Juan 4:20) por tanto, examinémonos a nosotros mismos si es que estamos en la fe. Cualquiera que se separe y deje de tener comunión con el cuerpo de Cristo no tiene ninguna base de seguridad. Un cristiano solitario no tiene sentido bíblico: estamos unidos en Cristo como el nuevo templo de Dios (Efesios 2: 19-22). Cristo no mora en nadie que no esté unido a ese cuerpo. Así que, hermanos, no abandonemos la comunión con el cuerpo de Cristo (iglesia local), sino amémonos unos a otros, animémonos unos a otros y cuidémonos unos a otros tal como lo dice la Escritura.

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