
“... Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” Lucas 13:2-3
Imaginemos la escena: un templo sagrado, un lugar de oración y sacrificio, donde el aroma de los holocaustos ascendía al cielo. Pero, en ese lugar, la violencia de Pilato se desata. Soldados romanos, sin compasión, llegan a arrasar con vidas. Espadas hirientes atraviesan cuerpos inocentes, y la sangre de los caídos se mezcla con la de los corderos. No fueron asesinados en el fragor de la batalla; fueron cruelmente sorprendidos en el acto de adorar. La barbarie y el sacrilegio se combinan en un evento que deja cicatrices indelebles en la memoria colectiva. ¿Por qué permitió Dios tal atrocidad? ¿Eran estos hombres especialmente pecadores?
Ante este clamor, el Maestro responde, y Su respuesta retumba en nuestros corazones como lo hizo en el corazón de aquellos que estaban escuchándole aquel día: Jesús, les dijo: si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Jesús no se queda en la indignación por la maldad del hombre. En lugar de eso, dirige la mirada hacia el interior, hacia nuestras propias vidas. Aquel mensaje toca fibras sensibles y, tal vez, incomoda a muchos, pero es un mensaje que necesita ser oído. ¡Nosotros, ante la calamidad, debemos mirar también hacia adentro de nosotros mismos! El sufrimiento humano nos recuerda una verdad vital: debemos arrepentirnos o también pereceremos. La espada que trazó la muerte en el templo no era la única que amenazaba. El verdadero enemigo es el pecado, no solo el sufrimiento. Es el pecado el que nos despoja de nuestra paz y nos separa del Dios Santo. A través de Sus palabras, Jesús nos confronta con nuestra realidad: el mayor problema no son las calamidades que enfrentamos en este mundo, sino nuestra culpabilidad ante un Dios justo.
¿Nos hemos vuelto insensibles ante la gravedad del pecado? La enfermedad, la guerra, la muerte —todas son consecuencias de la caída. Pero, amado, la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). La verdad es que, aunque estos eventos nos horrorizan, son una parábola del juicio inminente que aguarda a los que no se arrepienten. ¿Eres consciente de tu condición? ¿Reconoces tu miseria y que sin Dios no hay esperanza? Jesús vino por ti, no por los justos, sino por los enfermos (Marcos 2:17). Todos, sin excepción, estamos desahuciados. Él vino a cargar nuestra culpa, a limpiar nuestra impureza y a cubrir nuestra desnudez con Su gracia. La puerta está abierta, y el Rey nos llama a acercarnos a Él para encontrar perdón, transformación y una eternidad en Su presencia.
No hay razón para prolongar la carga de tu pecado. Ven a vestirte de la justicia que sólo Él puede ofrecer. Ven y recibe la plenitud que solo el Salvador brinda. Ven a ser perdonado. Ven a disfrutar de la eternidad con Dios, quien te ama y desea que estés con Él para siempre
Oración: Oh Padre tú eres Justo y yo soy culpable, ninguna justicia o bondad hay en mí, oh Señor no quiero conocer los horrores de Tu ira por amar más los placeres de la vida, Padre sé que has levantado un camino por el que aun siendo culpable puedo acerco a Ti, pero mi naturaleza mala y perversa se niega a seguirte, Señor ten misericordia de mi miserable condición y obra el milagro del nuevo nacimiento en mí, dame un corazón nuevo con nuevos deseos y deleites acordes a Tu santidad. Amén
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Ayudanos señor.