Más allá de la religión

Publicado el 25 de abril de 2025, 4:09

La forma en que tratamos a las personas el lunes es la prueba de la autenticidad de nuestro ayuno del domingo (o cualquier otro día). Muchos claman a Dios, “¿Por qué hemos ayunado, y tú no lo ves?” (Isaías 58:3), y Dios responde al final de este mismo verso: “He aquí, en el día de vuestro ayuno buscáis vuestra conveniencia y oprimís a todos vuestros trabajadores” En este momento, Dios plantea una pregunta crucial “¿Acaso es este el ayuno que yo quiero?” La respuesta es clara: un ayuno de este tipo no es aceptable para Dios. Pero, ¿por qué es inaceptable? porque está en juego la naturaleza misma del ayuno. Este ayuno es ineficaz porque deja intacto el pecado en nuestras vidas. El único ayuno verdaderamente auténtico es aquel que implica una oposición y un ataque espiritual contra nuestro propio pecado. No podemos ayunar con sinceridad por ninguna otra razón si estamos viviendo en pecado conocido. La única oración que tiene valor en esos momentos aquella que también incluye un reconocimiento y un ataque a nuestro pecado. Igualmente, el culto auténtico es aquel que refleja nuestra búsqueda de santidad genuina.

El mensaje de Isaías nos desafía directamente: nuestras acciones posteriores son la prueba de si en realidad deseamos erradicar el pecado de nuestras vidas. Si realmente hemos enfrentado nuestros pecados el domingo, debemos luchar contra ellos el lunes y todos los días siguientes. Puede que no logremos el éxito completo que anhelamos, pero si nuestro ayuno y culto de domingo fueron sinceros, debemos estar dispuestos a entrar en la batalla contra nuestros pecados. Si hay un pecado no resuelto en tu vida y estás ayunando por otras peticiones —ya sea una bendición o una sanidad—, es posible que Dios te diga: “El ayuno que quiero es que resuelvas ESE pecado”. El pueblo conocía su pecado, pero no buscaba abandonarlo. No deseaban renunciar a su opresión sobre los débiles ni compartir su comida con los necesitados. Su ayuno se había convertido en una fachada religiosa que encubría su falta de acción ante la injusticia. En lugar de ser un esfuerzo sincero para enfrentar el pecado, se convirtió en mero camuflaje. Aun cuando se abstenían de alimentos, ignoraban el verdadero llamado a la acción.

La lección es clara para nosotros hoy. Tal vez nuestros pecados no sean idénticos a los de aquel pueblo, pero no estamos exentos de caer en la misma hipocresía religiosa. A veces, estamos listos para ignorar nuestro pecado y multiplicar nuestras expresiones públicas de adoración, creyendo que esto puede borrar la maldad que reside en nuestro corazón. Es vital recordar que Dios no puede ser burlado. Nuestro culto racional implica entonces la renovación de nuestro entendimiento a través de la Palabra de Dios, para que nuestras obras sean un sacrificio vivo, santo y agradable a Él. Si esto no está sucediendo en nuestras vidas, entonces estamos ayunando y adorando en vano y nuestras súplicas serán como ecos que están vacíos.

Oración: Señor, ¿qué puedo decir para justificar mi conducta ante Ti y los hombres? No tengo argumentos que validen mi maldad, y por ello la confieso. Perdóname por creer que mis obras religiosas pueden obligarte a darme lo que deseo o pueden cubrir ese pecado que tanto te ofende. Limpia mi maldad, ten misericordia de mí, oh Señor, y guíame hacia Ti. Que el deseo de Tu gloria consuma cualquier otro anhelo en mi corazón. Amén.

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Comentarios

Shirley García
hace 5 días

Amén🙏🙏🙏