
“En Ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en Tu justicia. Inclina a mí Tu oído, líbrame pronto; sé Tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. Me gozaré y alegraré en Tu misericordia, porque has visto mi aflicción; has conocido mi alma en las angustias” Salmo 31:1-2,7
Aquí encontramos una expresión de fe humilde, una oración que brota del corazón de alguien que sabe que su esperanza está en la fidelidad del Dios vivo. Y es importante destacar algo fundamental: nuestro Dios, en quien confiamos, es un Padre de misericordias y un Dios de toda consolación. No es un Dios que necesita ser provocado para amar, como nosotros a menudo ingenuamente pensamos. Él es, por Su propia naturaleza, compasivo, lleno de misericordia, siempre dispuesto a actuar en favor de Sus hijos en sus momentos de debilidad. Ahora, ¿qué implica esto en medio del sufrimiento? Aunque el conocimiento de que Dios es misericordioso no elimina el dolor, nos abre una puerta para experimentar la realidad de que Su gracia supera cualquier pecado, cualquier dolor, cualquier tristeza. La gracia de Dios no solo cubre nuestro pecado, sino que también nos sostiene en nuestras aflicciones, reafirmándonos que en la mano del Salvador encontramos nuestra verdadera fortaleza.
Es vital entender que el cuidado paternal de Dios abarca cada circunstancia de nuestra vida. Pero, ¿cómo vivimos esto? Aquí reside el punto central: no basta con entender esta doctrina en nuestra cabeza. La verdad debe ser aplicada. La fe no es solo propósito, sino vida, una vida que se modela y se vive a partir de las promesas de Dios en Su Palabra. A menudo, en medio de las pruebas, podemos caer en la tentación de juzgar el carácter de Dios por nuestras circunstancias. Pensamos: “¿Por qué permite esto? ¿Qué tan amoroso puede ser Dios si me abandona?” Pero, queridos hermanos, esa no es la lógica de la Biblia. La verdad revelada en la Escritura es que no son las circunstancias las que definen a Dios, sino que Él define cómo debemos entenderlo. Cuando las tormentas de la vida azotan y las pérdidas parecen insuperables, debemos recordar que nuestro Señor es un Dios que nunca cambia (Malaquías 3:6)
De hecho, la mayor victoria de Satanás sobre tu vida no es el pecado al que te entregas regularmente sino los oscuros pensamientos sobre el corazón de Dios que te hacen volver a caer y que mantienen tu corazón frío hacia Él. Él nos susurra de manera mentirosa que Dios es distante, que no le importa, que hemos sido olvidados. Pero el evangelio, esa buena noticia que nos sostiene, nos dice que Cristo mismo fue desamparado en la cruz por causa de nosotros. Él sufrió el abandono en nuestro lugar, para que ninguno de Sus elegidos tenga que experimentar esa separación eterna. La cruz del Calvario nos revela que el amor de Dios es más fuerte que cualquier distancia, que Su misericordia para Sus hijos nunca se agota. Por eso, te animo hoy: acércate a Dios en fe humilde y en arrepentimiento. No permitas que las mentiras del maligno te aparten de la seguridad que tienes en Cristo. La misericordia de Dios, que fue manifestada en la cruz, es lo único que puede sostenerte en medio del dolor y la prueba. Por ello, asegúrate de no juzgar la fidelidad de Dios por lo que vives, sino por lo que Su Palabra declara.
Oración: Oh amado Dios Tu misericordia abruma mi débil corazón, se con toda certeza que separado de Ti nada puedo hacer, pero aun así me he aventurado a vivir lejos de Ti, habiendo sido reconciliado contigo a través de Cristo vivo ajeno de Ti y absorto en otras cosas, perdona oh Señor mi pecado, quebranta y convierte mi corazón para ser en verdad un adorador que te adora en espíritu y en verdad cada día de mi vida. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén