La verdad que no se roba

Publicado el 4 de junio de 2025, 3:32

“…Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven” Lucas 8:12

Al escuchar estas palabras de nuestro Señor nos debemos detener con reverencia y temor. Porque ¿qué significa esto? Que muchos, sí, muchos, oyen la solemne Palabra de Dios, pero sus corazones están tan endurecidos, tan llenos de caminos pisoteados por pies del mundo, que la semilla divina apenas si puede reposar un instante en ellos. ¡Ay de aquel que no tiene tierra buena en su interior! Porque la semilla puede caer, pero si no penetra, rápidamente será arrebatada por el enemigo, y no dará fruto alguno.

¡Oh, qué terrible es la condición del corazón endurecido! Un suelo compactado, donde las aves del cielo – representación de Satanás, el príncipe de las tinieblas – vienen con facilidad y se apoderan de la semilla expuesta sobre el camino. No necesita usar astucia o violencia. La misma apatía, la indiferencia, la dureza de un corazón que no se rinde al señorío de Cristo, hace posible que la maldad del maligno la robe. La obra del diablo es simple, pero efectivamente dañina en aquel que no se somete y obedece la Palabra de Dios, para aquel que se permanece aferrado a su maldad y se niega a desecharla para poder recibir con mansedumbre la Palabra de Dios (Santiago 1:21). Muchos buscan el mal fuera de ellos, ignorantes por completo de que el origen de nuestro mal es la misma maldad que habita en nuestro interior.

Pero no basta que oigamos la Palabra, ¡seamos libres de esa mentira! No basta solo con tener conocimiento acerca de Dios, con saber cuáles son Sus caminos, ¡no! La verdadera diferencia la hace la obediencia, el ser hacedores de la Palabra de Dios. Cristo no elogió a los que oyen, sino a los que oyen y ponen en práctica. Porque aquellos que solo escuchan, que solo reciben un conocimiento superficial, están vulnerables a que la semilla sea robada, y que finalmente la verdad no tenga raíz en su vida. Considerando esto, te pregunto: ¿Por cuánto tiempo la Palabra de Dios ha sido oída sin dar fruto en tu vida? ¿Cuánta semilla ha sido arrebatada porque no fue obedecida? ¡Oh, Padre misericordioso! Quebranta los corazones endurecidos, oh, Señor, para que el testimonio de Cristo sea aceptado en su plenitud y jamás pueda ser arrebatado. Porque nuestro enemigo no es una figura imaginaria; ¡es real y activo! Viene como un ladrón, buscando devorar y destruir. Señor, fortalécenos. Iguala y sobrepasa al enemigo. Aleja las aves de los cielos y quiebra el suelo endurecido de nuestros corazones, de modo que Tu verdad viva en nosotros y crezca abundante. Que Tu Palabra no solo caiga en tierra, Padre que Tu Palabra penetre en nuestros corazones y que produzca fruto en abundancia, para gloria de Tu nombre Amén.

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