
“Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” Juan 13:15
Una de las distinciones más fundamentales en la vida cristiana es la diferencia entre el amor contemplativo y el amor en acción. La Biblia en todo su contexto y la vida de Jesucristo nos enseñan que, aunque el amor en pensamiento y en deseo puede parecer más fácil, la verdadera fe se evidencia en el amor activo: ese que se manifiesta en obras concretas y en el compromiso personal con el prójimo. El amor contemplativo, ese ideal romántico que solo reside en nuestra imaginación, no requiere más que una fantasía. Es una idea dulce y cómoda que a menudo se desarrolla sin ningún esfuerzo real. Sin embargo, el amor en acción exige que nuestra voluntad, nuestros recursos y nuestra presencia se pongan al servicio del que sufre o necesita ayuda (sin importar quien sea). Este amor no es un mero sentimiento, sino una obra que requiere perseverancia, sacrificio y el poder del Espíritu Santo para realizarlo.
Jesús, en los Evangelios, dejó claro que los dos grandes mandamientos —amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos— son un llamado a la práctica del amor activo, en palabras del apóstol Juan en 1 Juan 3:18 “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. La diferencia entre ambos tipos de amor radica en la acción. Mientras el amor contemplativo puede existir en la mente y en la emoción, el amor activo demanda que nos involucremos en las vidas reales de las personas, que confrontemos sus necesidades y miremos sus vidas con compasión. El ejemplo perfecto de este amor activo es Jesucristo mismo. En Su ministerio terrenal, Él no solo predicaba y enseñaba; Él sanaba, alimentaba, tocaba y se relacionaba de manera íntima con las personas, con sus historias, con sus dolores específicos. Él amó a Sus discípulos hasta el final, incluso cuando ellos fallaron o le dieron la espalda (Juan 13:1), y amó a esos enemigos que lo rechazaron violentamente (Lucas 4:16-30). Su amor era cercano, personal y práctico. No era un sentimiento vago, sino una acción concreta y admirable. Como dice la carta a los Hebreos “No olvidemos practicar el amor fraternal” (Hebreos 13:16), porque el amor verdadero siempre se expresa en hechos visibles.
Este amor activo no es una carga moral imposible, sino un fruto del Espíritu Santo. Juan Calvino enseñaba que “la verdadera caridad no consiste en palabras sino en obras, y en obras que son severas y arduas porque somos naturalmente reacios a ellas”. La caridad cristiana requiere de transformación interna, de la gracia que nos impulsa a salir de nuestra comodidad y a entrar en la vida del otro, en su dolor y en su necesidad. La vida de Jesucristo nos invita a seguir Su ejemplo y a comprometernos con el amor verdadero. Amando al prójimo en sus vidas reales, conociendo sus nombres, historias y necesidades específicas. Sanando heridas físicas y espirituales, alimentando a los hambrientos de pan espiritual y de pan cotidiano… compartiendo el evangelio en nuestras acciones diarias. La verdadera misión cristiana es una misión amorosa, que se demuestra en la presencia y en el compromiso con el que sufre alrededor nuestro.
Al final, el amor activo revela la gloria de Cristo en nuestras vidas y trasciende cualquier ideal romántico para convertirse en la obra viva que transforma corazones y comunidades.
Oh Señor concédenos la gracia de amar en acción, de seguir Tu ejemplo, y demostrar con hechos el amor infinito que has puesto en nuestros corazones. Amén
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Ayúdanos señor, amén
Amén