
Cuando hemos sido saturados con promesas rápidas, somos tentados a creer que la llegada de Cristo a nuestras vidas eliminará de inmediato toda insatisfacción. Pero la Palabra nos propone una verdad más profunda: la vida en Cristo trae satisfacción real, aunque imperfecta en esta era. Jesús promete agua viva, y esa promesa empaqueta la esperanza que sostiene a cada creyente aun cuando el cuerpo lamente dolores, cuando la conciencia aún lucha con el pecado y cuando los anhelos no se cumplen en la forma que deseamos. La verdadera satisfacción no es un premio extremo que alcanzamos de golpe, sino una metamorfosis continua que se despliega en medio de las luchas diarias.
La experiencia cristiana, por su propia naturaleza, convive con la tensión de dos realidades: ya y aún no. Por un lado, ya somos aceptados en la gracia, ya disfrutamos de la redención, ya nos asalta la paz de Dios en medio de nuestro andar; por otro lado, no hemos alcanzado la plenitud de la resurrección, no hemos sido perfeccionados y seguimos enfrentando dolor, culpa y debilidad. Esa tensión no debe desalentarnos; al contrario, nos invita a aferrarnos con esperanza a la promesa de que Cristo ha hecho Suyo a Su pueblo y que Su obra de redención continúa transformando cada área de nuestra vida.
La experiencia de insatisfacción no es enemiga de la fe; antes, puede ser una verdadera maestra humilde que nos recuerda nuestra necesidad constante de Cristo. La Escritura nos hace saber que esto es así “No que ya haya alcanzado esto [la resurrección] o que ya sea perfecto; pero sigo adelante para hacerlo mío, porque Cristo me ha hecho Suyo” (Filipenses 3:12); “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24); “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros... si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso a Él, y Su palabra no está en nosotros.” (1 Juan 1:8, 10); “Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente esperando la adopción como hijos, la redención de nuestros cuerpos” (Romanos 8:23)
En medio de esa lucha, Dios no nos deja sin propósito en la insatisfacción. Él usa lo imperfecto de nuestra adoración, lo imperfecto de nuestras oraciones y lo imperfecto de nuestras obras para mostrarnos Su gracia y para impulsarnos hacia una mayor dependencia de Él. La satisfacción última no es un suministro instantáneo de nostalgia cumplida, sino una fidelidad que nos sostiene, una presencia que nos llena, y una esperanza que nos impulsa a vivir para la gloria de Cristo, hoy y mañana. Así, vivimos contentos en la gracia, sabiendo que hay una plenitud futura que hará completos los deseos más profundos de nuestra alma. Entonces no habrá ningún sentido en el que estemos decepcionados de nosotros mismos o de nuestras circunstancias en absoluto. Mientras tanto es la voluntad de Dios que vivamos contentos con lo que tenemos, pero insatisfechos anhelando esa herencia incorruptible que se nos ha prometido para la eternidad, anhelando el tiempo en que veremos plenamente Su gloria y le daremos gloria perfectamente.
Oración: Señor ayúdanos a sostenernos en la verdad de que ya somos Tuyos. Fortalece nuestra fe para aceptar esa insatisfacción legítima que nos guía a una mayor dependencia de Ti, y que esa dependencia se traduzca en una vida de adoración, obediencia y amor que glorifique Tu nombre. Oh Señor, que la esperanza de la gloria futura nos capacite para vivir con gozo y paciencia en medio de las pruebas del tiempo presente, para que, al mantener nuestra mirada puesta en Ti, reflejemos Tu carácter y proclamemos Tu grandeza. Amén
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Amén
Amén amén.
Amén, Ayudanos señor a estar satisfechos en ti