“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” 1 Pedro 2:11-12
Al considerar este pasaje en su contexto es más que evidente que el alma humana está bajo amenaza de ser destruida. Que existe una guerra contra el alma en este mundo y que no existe terreno neutral entre Cristo y la santidad y del otro lado el pecado y el mundo. Si el enemigo de nuestra alma tiene éxito y prevalece, el alma se pierde. Respecto a esto Jesús preguntó: "¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? Porque ¿qué puede dar el hombre a cambio de su alma?" (Mateo 16:26). Si se pierde el alma, se pierde todo. Y no hay forma de negociar para recuperarlo: una vez se recibe el pago no hay vuelta atrás (Romanos 6:23) Hay una gran sima y nadie puede cruzar hacia el otro lado, desde el lugar de consuelo o desde el lugar de tormento (Lucas 16:26).
Esta, por tanto, es la mayor problemática que enfrenta el ser humano, no solo afecta a todos sin excepción afecta a todos para siempre. Sin embargo, es paradójico que nadie le preste una atención seria. Respecto a esto, los medios masivos de comunicación no están alarmados ni creando consciencia, ninguna instancia del gobierno trabaja para mitigar su avance en ninguna manera: no hay folletos, no hay campañas, no hay nada que concientice o aconseje sobre cómo hacer frente a la guerra por el destino eterno de nuestras almas… flagelos que sólo pueden dañar el cuerpo engruesan las partidas presupuestales públicas… Nos preocupamos por lo que es intrascendente y al mismo tiempo voluntariamente escogemos ignorar lo que si trasciende, tanto que un día la realidad nos golpeará tan fuerte e irremediablemente que seremos llamados ciegos por no ver cuanta relación hay entre el bienestar eterno del alma y nuestra relación con Dios aquí y ahora.
Hoy, Dios parece haber sido reducido a una presencia secundaria para muchísima gente, Su protagonismo en la vida humana se ha desvanecido. Esto es tan así que incluso aquellos que afirman creer en Dios llegan a considerarlo menos importante que cualquier fuente de entretenimiento, menos atrayente que la riqueza o la comodidad, menos convincente que los anuncios publicitarios. Hemos echado a un lado Su verdad, tanto que ya no importa lo que Él dice que es bueno cuando está al nivel de algo que yo deseo. A pesar de esto, Él sigue dirigiéndose a nosotros a través de la Escritura: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos…” Recordar que somos extranjeros y exiliados en este mundo ayuda a recuperar el peso y la dignidad de Dios en nuestras vidas. Debemos recordar que somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios; Él nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Pertenecemos a Dios, no al mundo. Aprendamos a vivir de Él y no de lo que vive el mundo. Somos extranjeros porque somos de Dios. Cultivar la mentalidad de exiliado nos despierta para no dejar que el mundo dicte nuestra manera de pensar y actuar.
Si anhelas luchar por la integridad de tu alma para que no sea destruida, si deseas engrandecer la gloria de Dios para que no sea menospreciada, y si quieres que Dios tenga la preeminencia en todo, entonces mírate como un exiliado del reino celestial y orienta tus deseos hacia Él, de modo que tu esperanza esté en Él y no en este mundo. Sólo de este modo verás emerger en ti una conducta que resplandezca ante la calumnia y, a la larga, conduzca a otros a alabar a Dios.
Oración final: Padre celestial, gracias por llamarme a Tu reino y por recordarme que mi ciudadanía está en los cielos. Ayúdame a vivir como extranjero entre los hombres, a depender de Ti en cada decisión y a buscar Tu gloria por encima de todo bien temporal. Que mis deseos se alineen con Tu voluntad y que, en medio de las pruebas, pueda reflejar la esperanza de Tu reino, para que otros Te glorifiquen al ver mis buenas obras. Amén
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Amén
Amén, ayúdanos señor