“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis Sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en Su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” 1 Pedro 2:21-25
Cristo padeció por nosotros y al hacerlo dejó un ejemplo para que seamos imitadores de Sus pasos. En otras palabras, Su sufrimiento no fue solamente un modelo, sino una participación sustitutoria: Él sufrió por nosotros. Este hecho manifiesta el compromiso del Padre con Su propósito para nosotros, pues el Hijo llevó nuestros pecados en la cruz. El pasaje encuentra su cumplimiento en Isaías 53:6 “todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino, mas Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros”. Esta noticia es, sin duda, una gran buena noticia para los pecadores: Cristo llevó nuestros pecados y, a pesar del dolor de sus consecuencias, la esperanza de mi vida está en que “Cristo llevó mis pecados en Su cuerpo sobre la cruz”.
¿Acaso crees esto? ¿Crees que tus pecados, públicos o privados, han sido levantados, llevados, sufridos y, por tanto, quitados de ti? Las implicaciones para la vida cristiana son profundas: si así lo aceptas, puedes comenzar a abandonar el pasado ante Dios. Puedes decirle a Jesús: “Confío en ti; todos mis pecados, sean visibles o invisibles, han sido levantados y llevados y, por tanto, no recaerán sobre mí en el futuro”. Permítete experimentar esa realidad en tu vida: no necesitas vivir cargado de culpa. No tienes que despertar con culpa ni irte a la cama con culpa. Deposita tu esperanza en el compromiso de Dios en Jesús: “Cristo llevó nuestros pecados en Su cuerpo en la cruz”.
Oración final: Padre eterno, te doy gracias por Tu iniciativa de redención en Cristo. Reconozco que mis pecados fueron cargados a la cruz, y que en el sufrimiento de Cristo encuentro perdón, fuerza para vivir y esperanza para el mañana. Ayúdame a vivir conforme a Su ejemplo, a dejar atrás la culpa y a vivir en la justicia que proviene de Ti y para Tu gloria. Que cada día mi fe se afirme en la fidelidad de Tu amor, y que mis pasos, guiados por Tu Espíritu, hagan visible Tu gloria entre los hombres. Amén
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Amén