La insatisfacción te dejará vacío

Publicado el 21 de abril de 2023, 6:04

La parábola del hijo prodigo (Lucas 15:11-32) es una lección de la gracia y la misericordia de Dios. Este joven tenía todo lo que necesitaba en su hogar, pero aun así deseaba más. Él quería disfrutar aquello que nunca había tenido, pues creía que sentiría satisfacción al consentir sus antojos. Fue engañado y creyó que le faltaba algo, lo cual solo podría hallar lejos de la casa de su padre y por ello escogió alejarse de las restricciones de su hogar con tal de poder disfrutar la vida que se había imaginado. Se llevó su fortuna y se alejó de su familia para irse a una región lejana. Con suficiente dinero a su alcance, pudo disfrutar de los deleites mundanos. Probó el pecado y creyó que esa era la realización de sus sueños, pero el pecado solo satisface por un corto tiempo. Aquello que creyó que le daría placer, le hizo sentir vacío. Aunque puede que el pecado produzca satisfacción al comienzo, su paga siempre resulta en muerte (Ro 6.23). Un estilo de vida pecaminoso destruye la felicidad, la paz y la seguridad. Después de gastar todo su dinero, vino una hambruna y el hijo pródigo tuvo que alimentar cerdos, y allí mientras pasaba hambre comenzó a recordar todo lo que tenía en su hogar y lo comparó con la necesidad en la que vivía. Las expectativas que tenía de una gran vida habían terminado, pues ya no le quedaba nada. Por la gracia de Dios reconoció su condición y con arrepentimiento y humildad comenzó su retorno hacia su padre.

El padre del pródigo fue herido por los deseos que su hijo tenía de recibir su herencia antes de tiempo y abandonar su hogar. Como en el caso de cualquier otro padre que está lejos de su hijo, este también se preocupaba. No sabía si su hijo tomaba buenas decisiones o si padecía necesidad. Lo esperaba con paciencia y añoraba ver a su hijo, este hijo nunca estuvo lejos de los pensamientos de su padre. Sin importar lo que hubiera sucedido en la vida de su hijo, nada haría que su padre lo rechazara. Llegó el día en el que el padre vio a su hijo en el camino, cuando este aún estaba lejos. En vez de recibirlo con reproches, lo abrazó y lo besó varias veces, a pesar de lo sucio que estaba, él no sólo le recibió sino que le restauró y ordenó que fuese celebrado su regreso. En esta historia Jesucristo usa como ejemplo a un padre terrenal para representar la disposición de nuestro Padre celestial de perdonar a los que se acercan a Él en humildad y arrepentimiento, sin importar lo mucho que se han alejado en el pasado. Les mostró a los escribas y fariseos la actitud de Dios hacia los pecadores arrepentidos. Y a los publicanos y pecadores les hizo ver que el Padre estaba dispuesto a perdonarlos si confesaban su desobediencia y regresaban a Él.

Alejarse del Señor y vivir en pecado nunca es el camino para encontrar la felicidad. Al igual que el hijo pródigo, con el tiempo nos desilusionaremos. Pero nuestro Padre celestial nos perdona cuando regresamos a Él y nos apartamos del pecado. Nos da la oportunidad de comenzar de nuevo y una gran celebración ocurre en el cielo. La única esperanza que tenemos radica en la gracia, el amor y el perdón del Dios todopoderoso. Él murió en la cruz para pagar la pena que todos merecemos por nuestro pecado. Por medio de la fe en Cristo y su sacrificio por nosotros, podemos ser salvos. Por la muerte de Cristo y nuestra fe en Él podemos recibir perdón. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1.9). El Señor no nos acepta por nuestras buenas obras, sino por la muerte de Cristo en la cruz, la cual saldó nuestra deuda con Dios. Todos los que confían en Él son hechos hijos de Dios y reciben vida eterna y el Señor restaura nuestra dignidad, actitudes y pensamientos. Regresar al Señor es el comienzo de una relación personal con Él que nunca terminará. Aunque pequemos y seamos disciplinados, nunca perderemos nuestra salvación.

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