Amando más para amar mejor

Publicado el 10 de agosto de 2023, 3:03

Alguien le preguntó una vez a Jesús cuál era al mayor mandamiento, Él dijo que había dos: amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerza no era suficiente. Si de veras querían agradar a Dios, les dijo, deben amar a su prójimo (Mateo 22:34-40)… Mostramos nuestro amor a Dios, en parte, amando bien a nuestros cónyuges. Nunca podremos amar «demasiado» a alguien. Nuestro problema consiste en que típicamente amamos muy poco a Dios. La respuesta no es disminuir nuestro amor para cualquier ser humano en particular, sino expandir la reacción de nuestro corazón al gozo divino.

El matrimonio crea un ambiente en el que ese amor se prueba al máximo. El problema es que el amor se debe adquirir, el amor se debe aprender y aprender una y otra vez; esa enseñanza no tiene fin. Pero para sentir odio no hace falta instrucción; solo una provocación. El amor no es una reacción que brota de nosotros espontáneamente. La petulancia a veces sí lo es, el odio siempre está listo para saltar naturalmente. El verdadero amor, contrario a esto, debe perseguirse, ambicionarse y practicarse. Nuestra cultura no comprende este principio en absoluto. Una de las reseñas más crueles y más egoístas que jamás haya oído es la que los hombres usan cuando dejan a sus esposas por otra mujer: “La verdad es que nunca te amé”, son palabras usadas para herir, pero que delante de Dios, esa es una confesión de que el hombre, ha fallado rotundamente. Si no ha amado a su esposa, la culpa no es de ella sino de él. Jesús nos manda a que amemos hasta a aquellos que no merecen que se les ame, ¡incluso a nuestros enemigos! Cuando amamos bien, agradamos a Dios. Pero el verdadero amor se demuestra amando a aquellos que son más difíciles de amar. Esta es una respuesta al llamado de Jesús de que cuando hagamos banquete, no debemos invitar a quienes pueden devolver nuestra acción. Por el contrario, Jesús dijo que invitemos a aquellos que no pueden devolver nuestra invitación (Lucas 14). Eso es lo más difícil del llamado que Jesús nos hace a amar a otros. Hasta cierto grado amar a Dios es fácil porque Dios no premia la bondad con maldad; no hace comentarios ofensivos. Amar a Dios es fácil en cierto sentido… Pero Jesús nos desafía cuando a nuestro amor hacia Dios agrega nuestro amor hacia otras personas.

En el contexto matrimonial no tenemos absolutamente ninguna excusa; Dios nos deja escoger con quién compartiremos nuestra vida. En vista de que la decisión es nuestra y luego hallamos que difícil es amar, ¿qué base tenemos entonces para dejar de amar? Dios no nos manda a que nos unamos; nos lo ofrece como una oportunidad. Una vez que entremos en la relación matrimonial, no podemos amar a Dios sin amar a nuestro cónyuge. La separación representa nuestra incapacidad de cumplir con el mandato de Jesús. Sí, es cierto que ese cónyugue es difícil de amar a veces, pero para eso es el matrimonio: para enseñarnos a amar. Cualquiera puede desechar un conyugue que no se ajusta a lo que queremos, pero pocos son que están dispuestos a amar a pesar de, es fácil engrosar la lista de los que abandonan la lucha, pero Dios nos está llamando a que permitamos que la relación marital agigante nuestra capacidad de amar.

                                                              Tomado de: Matrimonio Sagrado

Escrito por: Gary Thomas

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