
Pocos cristianos piensan que mostrar respeto es un mandamiento. Estamos obsesionados con el deseo de que nos respeten, pero raramente consideramos nuestra propia obligación de respetar a los demás. Las Escrituras tienen mucho que decir con respecto a esto. Se nos manda a respetar a nuestros padres (Levítico 19:3); a los ancianos (Levítico 19:32); a Dios (Malaquías 1:6); a nuestro cónyuge (Efesios 5:33; 1 Pedro 3:7); y de hecho a todo el mundo: «Den a todos el debido respeto …», anima Pedro, el devoto discípulo de Jesús (1 Pedro 2:17). Todos tenemos un deseo entrañable de ser respetados. Cuando ese deseo no se satisface, sentimos la tentación de caer en una reacción de defensa propia. La falta de respeto afecta todas nuestras relaciones, sobre todo nuestra relación matrimonial por cuanto es la relación en que estamos más íntimamente ligados a otra persona, pero Dios tiene una solución que, si la adoptamos, revolucionaremos nuestras relaciones. Mientras que muchas personas batallan por recibir respeto, en el matrimonio, Dios nos llama a centrar nuestros esfuerzos en mostrar respeto. Somos llamados a honrar a alguien, aunque conocemos bien los defectos más profundos del carácter, somos llamados a aprender cómo respetar a esa persona con quien nos hemos relacionado tanto y en transcurso de esta exploración se nos insta a “despreciar el desprecio”.
Con frecuencia sucede que mientras más conocemos a nuestros conyugue y sus debilidades, más difícil se hace mostrar el respeto. Hemos asimilado la mentira de que es inevitable llegar a ese punto, hemos creído que la falta de respeto es la senda inevitable que todos los matrimonios transitaran, pero eso no es cierto, la falta de respeto es evidentemente una señal de inmadurez espiritual. Considere a Pablo al escribirle a los corintios. Aunque se dirigía a una iglesia llena de disputadores (1 Corintios 1:11), personas ignorantes y sencillas (1:26), «niños mundanos» (3:1-3), arrogantes egocentristas (4:18), con casos como el de un hombre durmiendo con la esposa de su padre (5:1), hombres avariciosos demandando a otros creyentes (6:1), y pensadores infantiles (14:20), no obstante los honra diciéndoles: «Siempre doy gracias a Dios por ustedes …» (1:4). Los conocía suficientemente bien como para estar relacionado con sus faltas, pero continuaba dando gracias por ellos. ¿Por qué? La clave está en la segunda mitad del versículo 4: «Siempre doy gracias a Dios por ustedes, pues Él, Cristo Jesús, les ha dado su gracia». Esto confirma que, podemos estar agradecidos por nuestros compañeros pecadores cuando dedicamos más tiempo a buscar «evidencias de gracia» en vez de hallar faltas. Cuando lo único que percibimos de nuestro conyugue son aquellos detalles negativos que nos ofenden en lugar de evidencias de la gracia de Dios actuamos como lo hace un legalista, como lo hace un fariseo.
Respetar es una obligación, no un favor; es un acto de madurez nacido de un profundo conocimiento de la gracia y la bondad de Dios, es un llamado de Dios para todos, decidir ignorar este llamado es abrir la puerta al fracaso en todas nuestras relaciones, especialmente el matrimonio. Lo cierto es que “Todos ofendemos muchas veces” (Santiago 3:2) y todos necesitamos misericordia, escojamos ser no de los que exigen respeto sino más bien de los que ofrecen misericordia.
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