Amando a nuestra familia

Publicado el 12 de agosto de 2023, 4:02

El amor familiar tiene sus raíces en la creación. Por la misericordia de Dios, los seres humanos caídos todavía tienden a conservar un amor natural por sus familias. Aunque malvados, los padres dan buenos regalos a sus hijos (Mateo 7:9-11). La bondad familiar a menudo despierta respuestas de amor incluso en los malvados. Solo cuando Dios permite que el pecado siga su curso completo, el amor propio del hombre destruye el afecto natural y desintegra a la familia (2 Timoteo 3:1-4). Esa es la tragedia que se desarrolla en la cultura occidental.

El verdadero amor cristiano por nuestra familia es más grande que el afecto natural, porque ese amor no nace de la carne ni de la voluntad del hombre, sino que brota de Cristo y de Él crucificado. Dios envió a Su Hijo como el sacrificio expiatorio por nuestros pecados para llevar el justo juicio que nuestros pecados merecían: “En esto consiste el amor” (1 Juan 4:10). En el mejor de los casos, somos pecadores merecedores de la ira de Dios, pero Él nos ama al más alto grado. El afecto natural es una extensión del amor propio, pero la cruz infunde un amor sacrificial en nuestras almas. Cada fracaso en amar a nuestro padre, madre, hermana, hermano y a cualquier otra persona tiene su raíz en nuestro fracaso de abrazar a Cristo crucificado con una fe viva. La familia crece a partir del vínculo matrimonial entre marido y mujer. Ninguna otra relación capta nuestro supremo llamado a reflejar el amor de Cristo: las esposas en su reverente sumisión y los maridos en su abnegado servicio (Efesios 5:22-25). Juntos, marido y mujer deben convertirse en mejores amigos a través de la vida que comparten en Cristo. O, si el cónyuge de un cristiano no es creyente, entonces el creyente debe vivir con la esperanza de ganar al pecador por el testimonio de la belleza de la santidad, la pureza y el temor divino (1 Pedro 3:1-4). Cuando llevar la cruz en el matrimonio atraviesa nuestras almas, debemos recordar que Dios diseñó el matrimonio por algo más que nuestra satisfacción. El matrimonio existe para la gloria de Dios. Un cónyuge amoroso es una imagen de Dios.

Unidos el esposo y la esposa aman a sus hijos, con el hombre como el principal responsable: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos” (esto trasciende las cosas de este mundo y abarca) “en la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4). Los padres cristianos actúan en unión con Cristo. Por consiguiente, deberían amar a sus hijos como profetas bajo el gran Profeta, hablándoles la Palabra de Dios con pasión y amor (Deuteronomio 6:6-7). Deben amar a sus hijos como sacerdotes bajo el Sumo Sacerdote con tierna misericordia, intercesión diaria y adoración conjunta en el hogar y la iglesia (Hebreos 2:17-18: 4:14-16; 10:19-25; 13:15). También deben amar a sus hijos como reyes bajo el Rey supremo, protegiéndolos de las influencias corruptoras y depredadoras (Juan 10:12-14), y gobernarlos con disciplina para entrenarlos en el camino de la paz (Isaías 9:6-7). Sin embargo, deben recordar que ellos mismos no pueden salvar a sus hijos, ya que solo hay un Mediador, y el evangelio a veces divide a una familia como una espada (Mateo 10:34-36).

Padres y madres, ¿es Jesús su Profeta, Sacerdote y Rey? ¿Están actuando en el nombre de Jesús como profetas, sacerdotes y reyes en sus hogares con perseverancia, por amor a Él? Un niño sólo puede honrar a sus padres correctamente solo por fe, en unión y comunión con Jesucristo (“en el Señor”).

Escrito por: Joel R. Beeke

Valoración: 4 estrellas
1 voto

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios