
Nuestro Señor comenzó Su ministerio público citando a Isaías y declarando la unción que estaba sobre Él por el Espíritu (Lucas 4:18) Jesús se regocija ¿Qué fue lo que llenó el corazón de Cristo con tanto gozo? La humillante ironía de que los sabios y entendidos de este mundo no comprenden las verdades del evangelio que Jesús permite que los niños entiendan (Lucas 10:21-22). Este es el contexto de la “prueba” que el intérprete de la ley diseña para Jesús (Lucas 10:25-37). Tratar de acorralar a Jesús nunca funciona bien, ni en aquel entonces ni ahora. La intención detrás de la pregunta, no solo estaba tratando de hacer tropezar a Jesús, sino que asumió que podía justificarse a sí mismo: Señor y ¿Quién es mi prójimo?
Casi a todos nos toca transitar, lastimados y golpeados, por el camino a Jericó, por así decirlo. Ese camino puede ser problemas emocionales, financieros, enfermedad, adicción o conflictos matrimoniales. ¿Triunfará la compasión sobre la conveniencia? ¿O la piedad sobre los prejuicios? ¿Y qué si alguien terminara en el camino a Jericó por necedad pecaminosa? ¿Debería molestarme en ayudar a alguien así? Sin embargo, ¿no es así como la mayoría de nosotros terminamos en nuestro propio camino a Jericó? ¿Y qué si la persona en necesidad no se parece en nada a mí? Quizá alguien que se identifique mejor debería ayudarla. Pero la pregunta no es: “¿Cómo alguien cuyo color de piel no es como el mío, cuyas creencias difieren de las mías, cuyo pasado sexual, presente o futuro es avergonzante puede ser mi prójimo?” Más bien, debemos preguntarnos: “¿De quién tengo la oportunidad y el privilegio de ser prójimo en este día?” Si nunca estamos obligados a aliviar las cargas de los demás, sino solo cuando podemos hacerlo sin cargarnos a nosotros mismos, entonces, ¿cómo llevaremos las cargas de nuestro prójimo cuando no podemos soportar ninguna carga en absoluto? Aunque es posible que no tengamos en abundancia puede darse el caso de que nos veamos obligados a socorrer a otros que están en mucho mayor necesidad, como lo indica esa regla de Lucas 3:11: “El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo”.
Somos la posesión preciada de Aquel que se hizo nuestro prójimo, que se hizo carne, que habitó entre nosotros, que corrió la carrera por nosotros, cumpliendo toda la ley, cargado con nuestro pecado, dejado ensangrentado, golpeado y muerto en la cruz. Él nos levantó del camino a Jericó de nuestro propio pecado y quebrantamiento, derramó sobre nosotros el aceite y el vino de la salvación, nos envolvió con una nueva “túnica” —el manto de Su justicia (Isaías 61:10)— vendó nuestras heridas a través de Sus heridas (Isaías 53:5), y aseguró un lugar para nosotros en el mesón del lugar santísimo, más allá del velo (Hebreos 6:19). Él ahora nos pide que seamos prójimos amorosos.
En lugar de preguntar qué debemos hacer para ganar la vida eterna, debemos convertimos en prójimo de los necesitados, no para ganar la vida eterna, sino para evidenciar que tenemos vida eterna; no para merecer nuestra justificación, sino para manifestar que somos justificados por una gracia que nos persigue, especialmente cuando deambulamos por los caminos más remotos y peligrosos.
Tomado de: Ministerios Ligonier
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