
Satanás es identificado como el “acusador de los hermanos,” él es quien nos susurra y recuerda que nuestros momentos más lóbregos un día serán descubiertos, el atormenta el corazón avergonzado. En Jeremías 2:13 Dios habla a el pueblo que está sediento en medio del desierto. Él declara que han cometido dos pecados: primero, dejaron a Dios, la fuente de aguas vivas, y segundo se han “cavado para ellos cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua”; neciamente crearon sus propias maneras para satisfacer su sed. Lo terrible de esta situación es que el acusador hace que sintamos repugnancia por nuestra sed en lugar de sentirnos arrepentidos de nuestra rebelión. La vergüenza nos invita a aborrecer nuestra sed, nuestros deseos hambrientos de conexión y redención, y hace que odiemos aún la posibilidad de esperanza.
En la Escritura Dios se sirve de distintas imágenes para ilustrar nuestra situación, Él nos describe como hambrientos, sedientos, encarcelados y esclavizados, es el modo en que somos descritos cuando no mantenemos una relación con Él. El látigo más poderoso que usa la vergüenza, es hacer que las personas se odien a sí mismo, el odio propio nos convence de que no hay salida, somos indeseables y estamos muy lejos de la redención. Las “cisternas rotas que no retienen agua” se secan, dejándonos con la convicción de que estamos solos y sin posibilidad de redención. Esto abrirá paso a comportamientos desesperados y autodestructivos, actividades que anestesian el alma. La vergüenza filtra la dignidad de ser un portador de la imagen de Dios y amplifica nuestra depravación. El alma desesperada anhela ser anestesiada.
La vergüenza invita a la persona a llevar la carga, y al lograrlo, provee un falso sentido de control. A la persona cargada de vergüenza se le permite llevar esta carga y no confiar en Dios o en otros, jamás. Muchos han acabado con sus vidas, creyendo que al hacerlo esto significaría que la historia acabaría. Esclavos que, cansados de cavar nuevas cisternas, al final acaban consigo mismo. Pero en Dios encontramos al Único que es capaz de tomar historias de menesterosos, enfermos, abandonados y despreciados, y con Su presencia convertir lo vil en exaltado… porque mientras la voz de Satanás conduce a la vergüenza, la voz de Dios conducirá a la gloria . Así como la vergüenza puede conducir a la autodestrucción, el vivir en gloria conducirá a la transformación.
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