
“Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7).
Desde el momento en que Él tomó forma de siervo, comenzó a pagar el precio de nuestra redención. El escándalo y la vergüenza saturaron sus días: concebido fuera del matrimonio, declarado loco por Su familia y despreciado por las autoridades, Jesús estaba familiarizado con los susurros, las miradas y los gritos de la vergüenza. Pero aun con todo lo que padeció antes de la cruz no fue suficiente para corregir nuestra vergüenza. El remedio de Dios para nuestra vergüenza demandó la totalidad de Su sangre en la cruz.
Él fue crucificado como un traidor blasfemo, fue una deshonra ante los ojos tanto de la iglesia como del estado (Juan 19:12-22). En la cruz, Su agonía de vergüenza no fue accidental. Allí fue despojado de Su vestidura y expuesto al desnudo a la mira de todos (Juan 19:23-24). Sudando, sangrando y sofocándose hasta la muerte, Él encarnó la deshonra y la inmundicia (Deuteronomio 21:23; Gálatas 3:13). Tan vergonzosa era esta muerte que ningún ciudadano romano sería jamás tan deshonrado… Pero Jesús en ella fue deshonrado, no por causa de Sí mismo, sino por nosotros y por nuestra salvación. Conociendo perfectamente lo que enfrentaría, voluntariamente escogió la cruz, a pesar de Su vergüenza ¿Por qué abrazar la vergüenza de la cruz? Él lo hizo “por el gozo puesto delante de Él… menospreciando la vergüenza” (Hebreos 12:2) ¿Qué gozo fue el Suyo que hizo que la cruz valiera la pena? Él le había prometido a Adán, Eva y aun al diablo que vendría y aplastaría la cabeza de la serpiente, la cual con su engaño nos hizo esclavos del pecado y la vergüenza (Génesis 3:15) pero, sobre todo, el celo por la gloria de Su Padre, Su voluntad y honor lo consumían (Salmo 69:7-9)… por tanto, puso Su mirada hacia ese bien, aborreciendo el horror y la vergüenza que se interponía. Solo en el Calvario podía ser correctamente sentida y medida la crueldad de la vergüenza humana.
Nuestra vergüenza comienza a desvanecerse en la medida que vemos cuan precioso es Él y entendemos Su obra inconmensurable como nuestra. Unidos a Él por fe por medio del Espíritu Santo, nuestra posición cambia completamente (Efesios 2:4-9). Al ser redimidos y reconciliados con nuestro Padre celestial por medio de Cristo, la base de nuestra verdadera vergüenza es tratada y nuestro distanciamiento es eliminado. Jesús tomó para Sí mismo el grito del abandono (Marcos 15:34) para que ya no seamos abandonados. Él nos da la bienvenida, nos invita a la verdadera comunión, paz y vida eterna por Su gracia por medio de fe. Paz con Dios, con los que nos rodean (incluyendo a nuestros enemigos), y a medida que andamos con Él por fe, llegamos a vivir, pensar y sentir cada vez más como Jesús, aun respecto a nuestra propia vergüenza. Los creyentes pueden enfrentar la vergüenza de este modo mientras viven el resto de sus vidas cristianas por Su gracia y fortaleza.
Añadir comentario
Comentarios