
Jesús tiene una reputación popular entre muchos como un maestro y sanador amoroso que llama a los enfermos, a los avergonzados y a los pecadores para que vengan a Él y reciban Su gracia y bondad. Y por una buena razón: Jesús es la persona más bondadosa y llena de gracia que jamás hayas conocido. Pero si acudes a Él con la única esperanza de experimentar el lado reconfortante de Su gracia y bondad, es posible que en algún momento te sientas ofendido con Sus palabras. Porque Jesús es también la persona más perspicaz y honesta que jamás hayas conocido. Jesús tiene una capacidad desconcertante para eliminar todos tus conceptos erróneos, engaños y autoengaños con una simple frase que expone los pensamientos e intenciones secretos de tu corazón, aquellos que quizá no sabías que tenías.
En los relatos del Evangelio, Jesús invita a la gente a acercarse a Él varias veces, en alguna ocasión fue una suave invitación como “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30) Esta es una invitación en la que le encontramos tan atractivo. Se alinea con el Jesús de gran parte de la imaginación popular, quien invita a las almas cansadas a venir a Él para recibir una gracia restauradora. Pero también están esas otras invitaciones, aquellas que resultan ofensivas y para nada deseables que evidencian una dimensión diferente de la gracia de Jesús y tiene un efecto muy diferente en los que la oyen: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo. Quien no lleva su propia cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26-27) Esta invitación resulta perturbadora a quienes en este tiempo la escuchan, imaginen cuán ofensiva y desagradable habría sonado para Su audiencia judía original que la escuchó de sus labios, la mayoría de los cuales se podría decir querían seguirlo. Se les había enseñado desde pequeños a honrar a su padre y a su madre si querían que Dios los bendijera con una larga vida (Éxodo 20:12). Ahora Jesús les ordenó que aborrecer a sus padres (así como a sus hermanos e hijos) si querían seguirlo. Y lejos de prometerles una vida terrenal larga y bendecida, Jesús les exigió que aceptaran una sentencia de muerte si querían ser sus discípulos; de hecho, la peor sentencia de muerte imaginable: la crucifixión romana… ¿dónde está la bondad de Jesús en esta severa invitación?
Para percibir la bondad de Jesús en sus invitaciones severas, incómodas, inquietantes, debemos tener presente lo que hace a través de sus palabras y obras: Primero, Jesús está revelando cómo es Dios en Su naturaleza y, en segundo lugar, Jesús está revelando cómo somos en nuestra naturaleza caída.
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