
Aquellos acontecimientos bíblicos que han promocionado de Jesús la reputación de ser amoroso, gentil y perdonador, tal como la invitación a los cansados y cargados (Mateo 11:28-30), ahí Él está revelando la naturaleza fundamental de Dios: “Dios es amor” (1 Juan 4:16). La razón principal por la que Jesús vino fue para revelar este amor: “Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su único Hijo, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:16-17)… Jesús vino a anunciar la buena noticia de que Dios, gracias al amor insondable y misericordioso que brota del centro de su ser, ofrece a cada uno de sus enemigos pleno perdón y reconciliación. Y Jesús vino a cumplir todo lo que se requirió para hacer posible ese perdón y reconciliación al recibir, a través de Su propia muerte en nuestro lugar, “la paga del pecado” que hemos acumulado (Romanos 6:23). Esto, por encima de todo, distingue a Jesús de los líderes narcisistas y abusivos que podrían usar palabras tanto amables como duras para manipular y engañar a las personas en su propio beneficio. Porque Él no vino “para ser servido sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Cuando habló severamente, lo hizo, en última instancia, por razones bondadosas y llenas de gracia, una de ellas ayudarnos a ver más claramente nuestros propios pensamientos pecaminosos, intenciones y amores idólatras.
Cuando Jesús nos perturba, cuando nos ofende y nos hace avergonzarnos, es útil leer sus palabras a través del lente de Juan 3:19: “Este es el juicio: la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” Jesús no vino sólo para revelarnos el amor de Dios; también fue “designado para la caída y el levantamiento de muchos… para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). Él vino a revelar nuestro corazón. El Señor “conoce los corazones de todos” (Hechos 1:24) y usa Su palabra para revelar lo que hay en cada corazón. Su palabra, puede ser aceite que suaviza y sana la herida o sal que quema la llaga que hay en cada corazón, el problema no son Sus palabras sino la condición de nuestro corazón cuando Su palabra llega a examinarlo. Y a través de sus palabras que a veces suenan crueles, Jesús todavía está revelando nuestros corazones, lo que realmente atesoramos. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
En Romanos 11:22, Pablo, hablando de la misericordia de Dios y Su juicio, dice: “He aquí, pues, la bondad y la severidad de Dios” Si Dios no nos revela el engaño de nuestro pecado, podemos seguir atrapados en él y nunca “obtener la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:21). Entonces, cuando Él nos extiende su reconfortante invitación a venir a Él y encontrar descanso para nuestras almas y luego, por otro lado, nos da esa incómoda advertencia de que, a menos que renunciemos a todo, que tenemos no podemos ser sus discípulos. Él está hablando desde su único y bondadoso corazón al revelar tanto el incomparable amor de Dios por nosotros como si nosotros amamos o no a Dios.
Pero a todos los que lo reciben, que escuchan sus palabras ofensivas y finalmente dicen: “Señor, ¿a quién iremos? Vosotros tenéis palabras de vida eterna”: Jesús da “el derecho de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12; 6:68). La gran “piedra de tropiezo y roca de escándalo” de Sión (Romanos 9:33) estaba, en cada palabra y obra, siempre persiguiéndolos con bondad y misericordia para que habitaran en Su casa para siempre (Salmo 23:6)… Y sólo entonces sabremos plenamente lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Bienaventurado el que no se escandaliza de mí” (Mateo 11:6).
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