
En nuestra naturaleza pecadora siempre es tentador pensar que estaríamos mejor «si tan solo…». Si tan solo no tuviera esto, si tan solo tuviera más, si tan solo tuviera lo que ella tiene… Si tan solo (ponle el nombre que quieras) … «todo estaría bien». La insatisfacción nos es natural; esa actitud de inconformidad y amargura hacia las diferentes circunstancias de nuestras vidas. Nos es natural ese corazón que, sin importar en las circunstancias en que se encuentre, siempre quiere más o algo distinto, y en el que una de sus características principales es la queja. Pero hay algo que solemos perder de vista y es que el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancias, sino con un cambio del corazón. Por eso debemos reconocer que la insatisfacción es un síntoma de algo mucho más profundo. Así como los síntomas físicos nos ayudan a descubrir qué enfermedad tenemos, la insatisfacción debe ayudarnos a reconocer y tratar los problemas de nuestro corazón. La insatisfacción en nosotros revela un corazón que no confía en Dios. ¿Lo habías pensado de esta manera? Cuando no nos sentimos contentos y satisfechos con nuestras circunstancias, nuestro corazón dice: «Dios, no me siento seguro de cómo Tú estás haciendo las cosas». Así se evidencia que tenemos un corazón que no confía en Dios y que termina en insatisfacción.
El contentamiento es la característica de un corazón que está confiado en su Señor y que de manera voluntaria se somete y se deleita en la disposición amorosa, sabia y paternal de Dios para cada circunstancia. Pablo aprendió a contentarse más allá de sus circunstancias porque, como se dijo ya, el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancias sino con un cambio del corazón, él dice: “No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13). Pablo aprendió a estar contento cuando aprendió que Cristo era suficiente para él. Así escribió el famoso verso: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» Este verso enseña el secreto del contentamiento, pero ha sido malinterpretado en múltiples ocasiones. Muchos lo usan como si fueran Popeye y Cristo su espinaca. Como si en Cristo pudieran lograr lo que sea que quieran hacer. Pero el significado es mucho más profundo que ese entendimiento simple y fuera de contexto. Lo que Pablo dice es que el secreto del contentamiento está en Cristo. Es en Él que puedo alcanzar el contentamiento, sin importar lo difícil que sea la circunstancia que esté viviendo.
Nuestras vidas son frágiles. Nuestras circunstancias cambian continuamente. Pero nuestro Señor no cambia. Por eso podemos encontrar nuestra seguridad en Él y no en nuestras circunstancias. Nuestros ojos deben estar en Él y no en lo que suceda a nuestro alrededor. Solemos vivir como si nuestra mejor vida fuera ahora y nos olvidamos de que somos peregrinos y extranjeros en este mundo (1 Pedro 2:11). Necesitamos recordar que cada situación que esta no es nuestra morada final. Nuestro hogar y nuestra mejor vida están por venir, donde no habrá más llanto, ni dolor, ni decepciones, ni enfermedad, ni escasez ni pecado en nosotros. “Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:16-18). Nuestro contentamiento se encuentra en Cristo y en nadie más. Guiar nuestro corazón al contentamiento requerirá que fijemos nuestros ojos en Él y que podamos crecer en una relación con Él, en la que lo amemos profundamente y depositemos toda nuestra confianza en que Él sabe lo que es mejor para nosotras. Recuerda que el contentamiento no tiene nada que ver con un cambio de circunstancia, sino con un cambio de corazón: un corazón que tiene sus ojos fijos en Jesús.
Tomado de: Coalición por el Evangelio
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