Nuestro deber al preparar la ofrenda que olvidamos dar 2

Publicado el 30 de octubre de 2023, 6:21

Anhele la conversión temprana de sus hijos a fin de que tengan el mayor tiempo posible en este mundo para servir a Cristo. Si “el rocío de nuestra juventud” se dedica a Dios, sin duda, con el transcurso de los años se notará una madurez proporcional a su carácter cristiano y su capacidad para realizar obras más eficaces para Cristo.

Mantenga una relación familiar cristiana con sus hijos. Converse con ellos tan libre y cariñosamente sobre temas piadosos como conversa sobre otros. Deje que la intimidad piadosa se entreteja con todas las costumbres de su familia. De esta manera, sabrá cómo aconsejar, advertir, reprender, alentar; sabrá también cómo van madurando; cuál es la “razón de la esperanza” que hay en ellos (1 P. 3:15); particularmente para qué tipo de obra para Cristo tienen capacidad. Y si mueren jóvenes o antes de usted, tendrá usted el consuelo de haber observado y conocido el progreso de su preparación para “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23).

Mantenga siempre vivo en la mente de su hijo que el gran propósito para el cual debe vivir es la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Hacemos mucho para dar dirección a la mente y formar el carácter del hombre, colocando delante de él un objetivo para la vida. Los hombres del mundo conocen y aplican este principio. Lo mismo debe hacer el cristiano. El objetivo ya mencionado es el único digno de un alma inmortal y renovada y prepara el camino para la nobleza más alta en ella. La elevará por encima del vivir para sí misma y la constreñirá a ser fiel en la obra de su Señor. Enséñele a su hijo a poner al pie de la cruz sus logros, su personalidad, sus influencias, riquezas; todas las cosas y a vivir anhelando: “Padre, glorifica tu Nombre” (Jn.  12:28).

Elija con mucho cuidado los maestros de sus hijos. Sepa elegir la influencia a la cual entrega su hijo o hija. Tiene usted un objetivo grande y sagrado que cumplir. Los maestros de sus hijos deben ser tales que les ayuden a cumplir ese objetivo. Un carácter moral correcto en el maestro no basta, su hijo debe ser puesto bajo el cuidado de un maestro consagrado, quien en relación con su alumno debe sentir: “Tengo que ayudar a este padre a capacitar a un siervo para Cristo”. En su elección de una escuela, nunca se deje llevar meramente por su reputación académica, su lugar en la sociedad, su popularidad, sin considerar también la posibilidad de que su ambiente no cuente con la vitalidad de una decidida influencia piadosa y que hasta puede estar envenenada por los conceptos religiosos erróneos de sus maestros. Padre de familia cristiano, sus oraciones, sus mejores esfuerzos pueden verse frustrados por un maestro impío.

Cuídese de no echar por tierra sus propios esfuerzos por el bienestar espiritual de sus hijos. Ser negligente en algún deber esencial, aunque realice otros, lo causará. La oración sin la instrucción no sirve; tampoco la instrucción sin el ejemplo correcto; ni la oración en familia sin las serias batallas en la cámara de oración; ni todos estos juntos, si no los está vigilando para que no caigan en tentación. Tema consentirlos con entretenimientos vanos. Guárdese de ser un ejemplo de altibajos en la fe: Ahora, puro fervor y actividad; luego, languidez, casi sin hálito de vida espiritual. El hijo o hija perspicaz dirá: “La fe de mi padre es de saltos y arranques, de tiempos y temporadas. Es todo ahora, pero pronto no será nada, igual que antes”. Si usted anhela que sus hijos sirvan a Cristo con constancia, sírvalo así usted.

Escrito por: Edward E. Hooker

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