
“El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano” Lucas 18:11-12
Lo que dijo el fariseo demuestra que él tenía confianza en sí mismo de ser justo, estaba lleno de sí mismo y de su propia bondad; no pensaba que valía la pena pedir el favor y la gracia de Dios. En contraste la oración del publicano estaba llena de humildad y de arrepentimiento por el pecado y un profundo deseo de Dios. Su oración fue breve, pero con un objetivo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Se reconoció pecador por naturaleza y costumbre, culpable ante Dios. El centro de esta enseñanza es la justificación. Este es uno de los conceptos más importante para entender en el cristianismo. La justificación es el acto mediante el cual Dios nos hace justos en base al sacrificio de Jesús y Su vida nos es aplicada a nosotros. Dios ve con qué disposición y propósito vamos a Él, por tanto, tengamos cuidado de presentar oraciones orgullosas al Señor y de despreciar al prójimo. La justificación es de Dios en Cristo; por tanto, es el que se condena a sí mismo y no el que se justifica a sí mismo, el que es justificado ante Dios.
Nacemos y vivimos enemistados de Dios. Queremos hacer y satisfacer nuestros deseos alejados de Dios, y sin la misericordia de Dios es imposible eliminar ese pecado que nos condena. Entonces, cuando nuestros ojos son abiertos y podemos ver nuestra miserable condición espiritual y venimos a Cristo no somos justos, pero Dios toma la vida de Cristo y la acredita a nuestra vida, y por eso somos aceptados por Dios. La justificación es la declaración de Dios del perdón de nuestros pecados y la imputación de la vida de Cristo como si nosotros la hubiéramos vivido. El fariseo, que es un hombre decente y “bueno”, humanamente hablando, cumple con las leyes terrenales y religiosas. El fariseo creía que por su conducta y obras sería justificado (como tantos hoy), pero estaba equivocado. Ese es el peligro de la auto-justicia: me aleja de la gracia de Dios. El publicano era completamente diferente, él sabía que era indigno de acercarse a Dios. Por eso reconocía su necesidad de Dios, y clamaba por Su misericordia. Esa actitud sincera lo justificó ante Dios. Este era un hombre despreciado por la sociedad (como tantos hoy) pero reconocía y aborrecía su pecado y su maldad, y por eso pedía perdón a Dios y de allí salió justificado.
Si la justificación y salvación fuera producto de nuestras obras y conducta, la venida de Cristo fue en vano. La justificación es el escándalo del evangelio, porque Dios justifica al impío. Esto hace cambiar mi estilo de vida porque cuando soy justificado por Dios, empieza también el proceso de la santificación... en la medida que este proceso avanza se hace más evidente que somos parte de un pueblo especial, distinto a todos los demás. Un pueblo que incluso sin palabras anuncia las virtudes de Aquel que le amó y se entregó en la cruz para darle salvación.
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