
Qué diferente es la respuesta de Jesús en sus juicios y crucifixión de la naturaleza humana ordinaria. Nosotros incluso cuando hemos hecho algo malo y sabemos que estamos equivocados, las primeras palabras que tienden a formarse en nuestra boca son palabras de excusa y autodefensa. ¿Y qué pasa cuando tenemos razón pero se nos culpa de estar equivocados? La mayoría de nosotros se apresuraría a hablar y protestar por nuestra inocencia. Es la naturaleza humana querer hablar y justificarnos, es propio de nosotros defender incluso lo indefendible. Pero Jesús se enfrentó a sus acusadores con el silencio, como escribió el profeta Isaías setecientos años antes: “Fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca; como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, no abrió Él su boca.” (Isaías 53:7)
¿Por qué guardó tanto silencio? Isaías nos da parte de esa respuesta: “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros.” (Isaías 53:4-6). El apóstol Pablo lo expresó de esta manera: “Porque al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).
La Biblia nos enseña que cuando Jesucristo tomó nuestro pecado, tomó todo el castigo que conlleva ese pecado. Una parte de ese castigo es la vergüenza. Si Jesús se hubiera defendido y protestado por Su inocencia, no habría sufrido la vergüenza, y eso nos habría dejado a nosotros culpables. Jesús no podía demostrar su inocencia y luego morir en nuestro lugar la muerte vergonzosa que merecemos. Gracias a Dios, Jesús estuvo dispuesto a ser contado como pecador ante Dios, para que nosotros pudiéramos ser contados como justos ante Dios. Jesús retuvo cualquier palabra que lo hubiera liberado de la vergüenza y la culpa del pecado. Él no era un pecador, pero tomó plenamente el lugar del pecador. Si Jesús se hubiera levantado en su propia defensa durante sus juicios, habría sido tan poderoso e irrefutable al hacer su defensa que ningún gobernador, sumo sacerdote u otra autoridad legal en la tierra podría haberse enfrentado a Él… ¡Habría ganado! Pero nosotros habríamos perdido, y estaríamos perdidos para toda la eternidad. Él guardó silencio para que nosotros en Él pudiesemos ser justificados, para limpiarnos de toda maldad ¿cómo seguir justificando nuestro pecado? ¿cómo seguir viviendo para complacernos a nosotros mismos habiendo sido amados de esta manera? Dice el autor de la carta a los Hebreos: "Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados, sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios" Él enmudeció para que tu y yo pudiesemos confesar nuestra maldad sin ser consumidos por la ira de Dios, si quieres puedes ser limpio ¡Ven a Cristo!
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