
“… descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré” Génesis 18:21
Cuando Sodoma y Gomorra destilaban iniquidad, Dios no quiso destruirlas, aunque conocía su culpa y su maldad, hasta no haberlas visitado y transitado durante un tiempo por sus calles. Él conocía en detalle su maldad ¿por qué tomarse tal molestia con ellas? Esta no es la única oportunidad en que podemos ver el amor y la misericordia de Dios por sus criaturas, lo cierto es que transitamos por estos pasajes sin poder observar ese grande amor, si leyéramos observando más podríamos ver y responder mejor… si observáramos más no nos resistiríamos a este amor ¿Cómo podríamos resistirnos a sentir que Él es un Dios a quien debemos amar, cuando sabemos que presta atención a todo lo que nos concierne, que cuenta los cabellos de nuestra cabeza, que pide a los ángeles que protejan nuestros pasos para que nuestros pies no tropiecen en piedra, que señala nuestra senda y ordena nuestros caminos?
Pero existe un pasaje en el que Él se representa como viendo al corazón del hombre y escuchando: escuchando por si pudiera oír algo que fuera bueno. "Escuché y oí; escuché; me quedé quieto y estuve atento a ellos." Y cuán misericordioso se muestra Dios, cuando es representado exclamando con dolor en Su corazón: "En verdad escuché y en verdad oí; no hablan rectamente; no hay hombre que se arrepienta de su mal, diciendo: ¿Qué he hecho?" (Jeremías 8:6) es cierto para cada uno de nosotros que de nuestra naturaleza no hay ningún deseo hacia Dios que pueda alentar la esperanza de Dios, antes, por el contrario, es conocido por Dios que desde que nacemos todo lo que procuramos es complacernos a nosotros mismos… y aunque parezca increíble, nuestra miserable condición ha conmovido las entrañas de Dios, pues Él ha escuchado el clamor que elevamos sin palabras, Él ha visto el resuello de tu alma… y aunque quizás ya tu no lo recuerdes, Dios ha visto la necesidad de cada uno y Su corazón no lo olvida.
Es asombroso que no tengamos la iniciativa de mirar hacia atrás y preguntarnos ¿Qué he hecho? No muchas personas se toman la molestia de examinarse a sí mismos, pero nada es más cierto que el hecho de que una vida no examinada es una vida peligrosa de vivir. La gran mayoría de la humanidad se asemeja al necio avestruz, que, cuando es perseguido de cerca entierra su cabeza en la arena y cierra sus ojos, y piensa que debido a que no ve a sus perseguidores, entonces está seguro… pero escudriñarnos a nosotros mismos no nos hará daño, todo lo contrario. Es hora de tratar de responder esta pregunta ¿Qué he hecho? Es preferible mil veces conocer nuestro estado, en lugar de tener una percepción agradable de nuestra condición y descubrirnos engañados, que terrible sería llegar a la puerta y descubrirla cerrada para nosotros (Lucas 13:24-27). El tiempo disponible para autoexaminarnos, es muy breve, tan breve como la neblina que pasa pronto. Y, aunque tú puedas engañarte a ti mismo, no engañarás a Dios. Cuando Dios te juzgue no hará concesiones… ¡Qué terrible será ese día, demasiado tarde para preguntarnos ¿Qué he hecho?! Y a menos que Cristo sea tu Cristo no habrá esperanza.
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