
Había un joven rico que una vez tuvo la oportunidad de sentarse cara a cara con Dios, este joven tenía una pregunta y sabía dónde buscar la respuesta “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Externamente, parecía que él estaba por encima de todos los demás: era rico, poderoso y parecía ser un modelo de moralidad. La seguridad eterna estaba casi garantizada, ¿no es así? Pero allí, Jesús le dijo: “Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (Lucas 18:22). Que hizo este joven cuando obtuvo la respuesta que tanto buscaba “Pero al oír esto, se puso muy triste, pues era sumamente rico. Mirándolo Jesús, dijo: ¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Lucas 18:24). La riqueza no es un pecado, amarla más que a Dios si lo es.
Considerando esto, es correcto decir que no hay un sistema de creencias más cegador y arrogante que el “evangelio de la prosperidad” Mientras que promete tesoros terrenales a aquellos que caen en el cegados por deseos, deja a sus víctimas en la miseria espiritual. Aquellos que abrazan al evangelio de la prosperidad poseen una visión de la prosperidad que es demasiado pequeña. En lugar de poner su énfasis principalmente en las abundantes bendiciones espirituales otorgadas en Cristo (Efesios 1:3-12), los predicadores de prosperidad manipulan las Escrituras para poner el énfasis en el placer temporal, asegurando que es la voluntad de Dios que todos sean sanos y ricos en la tierra. Motivados por esta fábula mentirosa muchas personas que hacen grandes donaciones, se les dice que siembren una semilla de fe en el suelo fértil del ministerio de un predicador de la prosperidad, sobre la base de que producirá un retorno ciento por uno. La dolorosa realidad es que las únicas personas que se enriquecen son los mismos predicadores de la prosperidad.
Jesús prometió que el tesoro en el cielo no podría ser destruido (Mat. 6: 19-20). Jesús prometió a los santos sufrientes coronas eternas y gloria en Su reino (Apocalipsis 2:9-10; 3:10-12). Jesús prometió que cualquiera que sacrificara algo por Su causa recibiría mucho más y heredaría la vida eterna (Mateo 19:29). La promesa infinita de Cristo es que en este mundo tendremos problemas (Juan 16:33), pero Él la ha vencido y prepara un lugar para nosotros que está más allá de cualquier cosa que el evangelio de la prosperidad pueda entregar (Juan 14:12). Las bendiciones, el gozo, las riquezas y el consuelo que duran para siempre se encuentran en Cristo, pero no siempre en las formas que imaginamos. Estos tesoros no siempre serán realizados en la tierra, pero para aquellos que escogen a Cristo sin importar el costo, estas cosas serán disfrutadas por toda la eternidad en el cielo. Comparado con las riquezas eternas que se encuentran en Jesucristo, las mayores promesas terrenales del evangelio de la prosperidad serán por siempre demasiado pequeñas. Para aquellos que pisotean el evangelio en busca de ganancias temporales, el sufrimiento que les espera en la eternidad es insuperablemente mayor que todas las comodidades reales de la tierra combinadas.
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