
“Me acordaré de las obras del Señor; Ciertamente me acordaré de Tus maravillas antiguas. Meditaré en toda Tu obra, y reflexionaré en Tus hechos” Salmo 77:11-12 NBLA
Nuestra vida está llena de nuevos desafíos. Ya sea un nuevo año de estudios, la noticia de un embarazo, el diagnóstico de una enfermedad, un nuevo trabajo o algún objetivo que nos propongamos a nivel personal, por nombrar algunos ejemplos… cuando contemplamos desafíos como estos, nuestra mente se proyecta hacia el futuro casi de manera automática para hacer miles de planes. A veces estamos tan obsesionados con el futuro que, ante un nuevo desafío, pensamos y repensamos todas las posibilidades hasta caer en la preocupación por cosas que no han sucedido. Es cierto que, ante los nuevos desafíos de la vida, debemos mirar el futuro con esperanza, pero también debemos balancear nuestras mentes y corazones con una mirada hacia el pasado, y aunque hay algunos sentidos en los que los cristianos no debemos mirar hacia atrás, como por ejemplo, para vivir en la culpa por los pecados que Dios ya nos perdonó en Cristo, ni en el reproche hacia los demás. Además, como discípulos de Cristo, hemos puesto nuestras manos en el arado para no volver atrás (Lucas 9:62). Más bien, estimando todo como pérdida y poniendo toda nuestra fe solo en Cristo, seguimos hacia adelante, hacia la meta, para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:8-14).
No estamos llamados a volver atrás, pero sí estamos llamados a mirar atrás para avanzar con esperanza y humildad. Al respecto Dios nos invita a frenar nuestro ritmo acelerado para meditar en Sus obras y en el camino por el cual nos ha traído hasta aquí (Salmo 77:11-12). Y esto es particularmente útil cuando tenemos un nuevo desafío por delante, antes de caer en la ansiedad por los malos pronósticos o dejarnos arrastrar por la idea triunfalista de que nuestros deseos se harán realidad sin mayores problemas, nos conviene hacer silencio y meditar en el camino que hemos recorrido. Si no queremos retroceder en nuestro caminar en la fe, debemos recordar los días pasados de manera piadosa (Hebreos 10:32, 39). ¿Cómo lo hacemos? Recordando lo que Dios ha hecho. Para los cristianos, meditar en el pasado es meditar en las obras maravillosas de Dios. Miramos atrás e interpretamos la historia a la luz de Su Palabra, Sus promesas y Su persona. Así es como vencemos la ansiedad y la obsesión con el futuro. Así es como nos mantenemos firmes, porque nuestra perseverancia se alimenta de la memoria de las obras de Dios a nuestro favor. La Palabra nos llama a no olvidar ninguno de los beneficios de Dios (Salmo 103:2). Pero ninguna bendición es más grande que nuestra salvación. Por eso es significativo que sea la primera enumerada por el salmista: «Él es el que perdona todas tus iniquidades» (v. 3). Esta es la mayor de las bendiciones divinas: el perdón de nuestros pecados gracias al sacrificio de Cristo en nuestro lugar, pagando nuestras deudas y restaurando nuestra paz con Dios. Cuando miramos hacia atrás con esto en cuenta, nada atrae nuestros ojos más que la cruz donde fuimos redimidos. Nada capta nuestra mirada tanto como la tumba vacía que selló el triunfo de Cristo y el nuestro con Él. Si meditamos en el pasado, comenzamos con Cristo y Su obra redentora, porque de esa gran bendición fluyen todas las demás. Porque si Dios no nos negó a Su propio Hijo, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas? (Romanos 8:32). ¡Y así lo ha hecho hasta hoy!
Hacemos bien en mirar al pasado para meditar en Cristo y en todos los beneficios que hemos recibido por Él. Dios nos sanó de enfermedades y rescató nuestras vidas más de una vez gracias a Cristo. Dios nos ha dado el pan de cada día y nos cuidó en medio de nuestras dificultades gracias a Cristo. Dios nos ha colmado de bondades y nos ha fortalecido hasta hoy gracias a Cristo. Si aún estamos de pie es gracias a Cristo; eso es lo que debemos recordar cuando miramos atrás. Al traer el evangelio a nuestra memoria y todas las bondades que Dios nos ha mostrado hasta hoy, nuestro corazón se eleva en alabanza a Dios: «Bendice alma mía al Señor / Y bendiga todo mi ser Su santo nombre» (Salmo 103:1). Realmente, esto es lo que necesitamos cuando la ansiedad toma por asalto nuestro corazón, o cuando el triunfalismo infla nuestro ego por cómo luce el futuro a nuestros ojos. Nos hace falta detener nuestro ritmo acelerado, meditar en cómo ha obrado la mano de Dios hasta hoy y dedicar tiempo a la adoración de Su santo nombre. De esta manera será mucho más fácil enfrentar los nuevos desafíos que nos esperan. Si el futuro nos trae ansiedad, hacer memoria nos devuelve la esperanza. Si el futuro alimenta nuestra autosuficiencia, hacer memoria cultiva nuestra humildad. Si vas a hacer planes, empieza por mirar atrás, a todo lo que Dios ha hecho por ti. No importa si el futuro luce sombrío o brillante, complicado o prometedor, aparta un tiempo antes de tomar decisiones para recordar el evangelio y hacer memoria de todas las bondades de Dios hasta hoy y, entonces, adorar Su nombre. Eso es lo que tu alma y la mía necesitan.
Tomado de: Coalición por el Evangelio
Añadir comentario
Comentarios