
“Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová” 1 Samuel 2: 23-24
Como sumo sacerdote, Elí era responsable de entrar una vez al año al Lugar Santísimo para ofrecer un sacrificio para el perdón de los pecados de la nación. Nadie más tenía ese privilegio. Él juzgaba, él instruía a la gente en los asuntos de la adoración, él daba consejos, él consagró su vida entera para servir en el tabernáculo de Dios, ministrando a las necesidades del pueblo de Dios. Sin embargo, él fue un padre pasivo e inactivo quien consentía a sus hijos (1 Samuel 3:1-18). ¡Y vaya que sus hijos eran unos malvados!
De acuerdo a la ley de Moisés, los sacerdotes debían quemar la grosura de la carne como una ofrenda y tomar todo aquello que no se quemara del altar. De esta manera, ellos recibirían lo que Dios proveyera para ellos. Pero los irreverentes hijos de Elí rechazaban las instrucciones de Dios y reservaban para ellos los mejores cortes de carne para su mesa. Unido a esta intrépida falta de respeto por los sacrificios de Dios, ellos eran hombres perversos que se aprovechaban sexualmente de las mujeres que venían al templo para adorar. Y lo hacían sin vergüenza alguna dentro de los espacios sagrados de la casa de Dios. ¡Y Elí lo sabía muy bien! Uno pensaría que un hombre de Dios tan íntegro como Elí se hubiese indignado, dado que él no solamente servía a Dios como Sumo sacerdote, él también era juez de Israel, lo cual significaba que era su responsabilidad llevar acabo la justicia de Dios. Una persona que en verdad temiera a Dios debía denunciar el comportamiento de hijos como estos ante el pueblo y como juez dar cumplimiento a la pena estipulada para hijos así: llevarlos afuera del pueblo para que murieran apedreados (Deuteronomio 21; 18-21). En lugar de esto, este par sólo recibieron un patético llamado de atención.
Dios ha preservado historias como esta para darnos a nosotros lecciones perdurables. Por favor padres, ¡escuchen bien! ¡Presten atención! Es evidente que la parálisis del liderazgo de Elí no es poco común, no es algo que suceda poco…aún entre quienes se encuentran sirviendo a Dios en la iglesia. Como padres creyentes nuestra vocación es servir a Dios no sólo en el culto público cuando nos congregamos, día a día el creyente sirve a Dios ofreciendo su propia vida como un sacrificio vivo y santo (Romanos 12:1) es nuestro deber por tanto procurar intencionalmente evitar el fracaso de Elí, tengamos presente que la pasividad es un enemigo que hace mucho daño. Cada uno de nosotros debemos reconocer que nuestra familia puede muy fácilmente terminar siendo como la de Elí. Admitámoslo, cualquier familia puede desintegrarse: la familia de un anciano-líder, la familia de un pastor, la familia de un evangelista, la familia de un misionero y aun la familia cuyo padre camina de cerca con Dios y fielmente vierte su corazón en su congregación, eso incluye a su familia. No seamos pasivos, nosotros no podemos hacer conversos a nuestros hijos, eso es cierto pero si podemos enseñarles a tener respeto y reverencia en la presencia de un Dios santo, hacerlo es parte de nuestra responsabilidad para con ellos y hará mucho bien a sus vidas. No seamos pasivos e indiferentes, porque serán nuestros hijos los que sufrirán el daño porque Dios no tendrá por inocente a quien tenga en poco Su presencia.
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