
“Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron… El que fue sembrado entre espinos, este es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” Mateo 13:7,22
Normalmente la maleza crece más rápidamente que la buena semilla y la ahoga, es decir, impide su desarrollo normal y la hace infructífera.
El terreno situado “entre espinos” son aquellos corazones que como los que están entre pedregales escuchan superficialmente la Palabra y parecen responder positivamente al principio. Marcos parece sugerir que al principio parecen tener todo el potencial para ser productivos, pero luego en algún momento después, “las preocupaciones del mundo, y el engaño de las riquezas, y los deseos de las demás cosas entran y ahogan la palabra, y se vuelve estéril.” (Marcos 4:19). Esto no es un incrédulo de corazón duro o una persona superficial y emocional. Esta vez el terreno en sí está bien arado y lo suficientemente profundo. Pero hay todo tipo de impurezas en él. Las malas hierbas nativas de ese suelo ya han germinado, aunque no sean visibles en la superficie. Crecerán más fuerte y más rápido que la buena semilla. La Palabra de Dios es extraña en tal corazón, las malas hierbas y las espinas poseen esa tierra. Tales personas reciben la palabra con las mejores intenciones, pero no le dan prioridad. No permiten que la palabra haga su obra de transformación en sus vidas. Jesús menciona específicamente dos cosas que impiden el desarrollo de la palabra: las preocupaciones de este mundo y el engaño de las riquezas. Distraídos y divididos en sus prioridades, no producen fruto; defraudan la esperanza del Señor.
Esta persona está demasiado enamorada de este mundo, demasiado obsesionado con las “riquezas y los placeres de esta vida”. Como Jesús enseñó: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Lucas 16:13). Es el amor a las riquezas lo que ahoga la Palabra y la hace infructuosa, nada es más hostil a la verdad del evangelio que el amor por las riquezas y los placeres de este mundo. Para aquellos cuyo deseo principal es gastar sus recursos en placeres mundanos, Santiago 4:4 dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
Las malas hierbas y los espinos de la parábola representan el sistema de creencias impías que gobiernan a este mundo. El amor que Dios censura no es aquel amor por la naturaleza creada, sino el apego a los valores y vicios de este mundo. No hay pecado cuando a la riqueza material y al placer se le da la prioridad adecuada. Pero es malo amar los dones más que el Dador, o valorar los beneficios materiales y temporales más que las bendiciones espirituales… la tierra espinosa es el tipo de oyente de la palabra más siniestro, porque al igual que Judas no escatimará nada que pueda otorgarle un beneficio material aún a costa de dar la espalda y vender a Aquel que tomó su lugar en la cruz.
Tanto el oyente de corazón duro, el oyente superficial y el oyente amante del mundo y las riquezas “No dan fruto a la madurez” (Lucas 8:14) Un terreno que no produce un cultivo no tiene valor. Los tres tipos de terreno infructuoso son representativos de los no creyentes, incluyendo aquellos que inicialmente mostraron alguna esperanza, pero fracasaron en dar fruto. Sólo hay un tipo de terreno que dará fruto verdadero y duradero: un tipo de oyente que responde al evangelio en un genuino arrepentimiento y fe. Y consideraremos esa tierra fértil y bien cultivada en la próxima entrada.
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