Agradecidos en la prosperidad

Publicado el 9 de marzo de 2024, 3:57

No me des pobreza ni riqueza; dame a comer mi porción de pan, no sea que me sacie y te niegue, y diga: “¿Quién es el Señor?”, o que sea menesteroso y robe, y profane el nombre de mi Dios” (Proverbios 30:8-9).

Tan difícil como es ejercer la paciencia en la adversidad, es la gratitud en la prosperidad. Aunque la adversidad es real, frecuente y a veces abrumadora, también estamos inmersos en la buena creación de Dios que es para ser recibida “con acción de gracias” (1 Timoteo 4:4). Dios “nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17). Nunca nos faltan las buenas dádivas, y por lo tanto, nunca nos faltan razones para alabar al Dios que obra para Su gloria y el bien de Sus elegidos (Efesios 5:20). La gratitud es esencial para la piedad. Sin acción de gracias, no podemos obedecer la voluntad de Dios: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18). Al respecto Juan Calvino dijo: “Llamo «piedad» a esa reverencia unida al amor a Dios inducida por el reconocimiento de Sus beneficios. Porque hasta que los hombres reconozcan que le deben todo a Dios, que se nutren de Su cuidado paternal, que Él es el Autor de todos sus bienes y que no deben buscar nada más allá de Él, nunca le rendirán un servicio voluntario

Tanto la adversidad como la prosperidad tienen sus peligros tal como lo expone claramente el pasaje de hoy. Tan cierto como es que para muchos la adversidad es una justificación para endurecer el corazón, también lo es el hecho de que las personas raras veces agradecen a Dios las cosas buenas que reciben porque se engañan a sí mismos pensando que las merecen.  Pocos han aprendido la lección de Jacob: “Indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a tu siervo” (Génesis 32:10). La verdad es que lo que merecemos es ser atormentados en las llamas de la ira de Dios y que se nos niegue incluso una gota de agua (Lucas 16:24-25). Nosotros somos tan indignos que incluso nuestras mejores obras, aquello que posiblemente puede impresionar profundamente el corazón de los hombres, delante de Dios todas ellas son como trapo de inmundicia (Isaías 64:6) ¿Cómo no reconocer entonces que le debemos todo a Dios? ¿Cómo ser indiferentes ante la presencia de Aquel que me ha dado tanto a pesar de no merecer nada? En el corazón de la gratitud está la fe que mira más allá de las buenas dádivas de Dios para apreciar la bondad de Dios mismo… En el corazón de la gratitud está la fe que ha sido sobrecogida por Su grandeza, fascinada por Su sabiduría, conmocionada por Su santidad, maravillada de Su poder y asombrada por Su majestad… En el corazón de la gratitud está la fe que se mira a sí mismo y se pregunta ¿Quién soy yo para que tengas de mí memoria? (Salmo 8:4) El cristiano ama a Dios más que a Sus dones y, aunque agradece por Sus misericordias diarias, su porción es el Señor (Lamentaciones 3:22-24). Que Dios nos ayude a ti y a mí a ser verdaderamente agradecidos.

Oración: Gran Dios… soberano, fuerte, santo, todopoderoso, y buen Dios, guárdame de una visión superficial de ti. Líbrame de una adoración indiferente y vacía. No permitas que sea deslumbrado por las cosas de este mundo; que eso nunca me pase contigo. Te ruego que obres en mí para que cuando piense en ti, todo mi ser sea afectado. Dame un corazón que te tema. Dame fascinación, conmoción, y asombro por ti. Concédeme reverenciarte. Dame la dicha de un corazón abrumado, mientras te descubre y te contempla. Solo tú puedes hacerlo. Dependo de ti. Mi carne lo necesita. Mi alma lo anhela. Dame asombro y gratitud por todo lo que me das, pero sobre todo por la persona que eres. Te lo pido en el nombre de tu Hijo Jesucristo, Amén

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