Bienaventurados: Los pobres en espíritu

Publicado el 12 de marzo de 2024, 2:58

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo Su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” Mateo 5:1-3

Ser “pobre en espíritu” significa estar vacío espiritualmente, despertar a esta realidad requiere de una intervención divina que abra nuestros ojos a la realidad de nuestra bancarrota espiritual. Ahora, frecuentemente nos confunde la palabra pobre, porque la asociamos mecánicamente con una necesidad material. Pero en las Escrituras, “pobre” no implica necesariamente pobreza física. A menudo es un término usado para nombrar aquellos que se dan cuenta de que, en el fondo, necesitan a Dios para todo lo físico y lo espiritual. Esto es lo que Isaías quiso decir cuando proclamó: “El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres” (Isaías 61:1, NVI). En este contexto se deja en claro que es el Mesías quien suplirá las necesidades de los “pobres”. La promesa de Dios dada por Isaías fue lo que motivó a Simeón a bendecir a Jesús siendo un recién nacido, él dijo: “He aquí, este Niño ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos” (Lucas 2:34) Pero antes de que todo esto se cumpliese era necesario que el muriera, porque “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Juan 12:24) ¿Cuál es el fruto que hoy se cosecha por causa de la muerte y resurrección de Cristo? Su sufrimiento en la cruz y victoria en el sepulcro ha hecho posible que nosotros que por naturaleza somos hijos de ira, muertos en pecados recibamos vida (Efesios 2:3-5) Debido a nuestra pobreza espiritual natural, debe haber una muerte del yo para que podamos ser llenos de Cristo (nuevo nacimiento).

Esta bienaventuranza no está promoviendo una humildad falsa, muchos son los que acostumbran resaltar lo humilde que son o que intencionalmente hacen cosas o actúan de algún modo para ser considerados humildes. Esa es una humildad que llama la atención sobre sí misma y, por lo tanto, no es humildad en absoluto. Ser pobres en espíritu se trata de que Dios nos conceda una actitud adecuada hacia nosotros mismos y hacia Él. Necesitamos reconocer nuestra deuda de pecado y, en consecuencia, saber que estamos en bancarrota ante Dios. Al entender esto acerca de nosotros mismos, clamamos por misericordia al único que puede borrar nuestra deuda y suplirnos en nuestra bancarrota: clamamos a Dios. Esto es contrario a lo que promociona el evangelio humanista predicado hoy… que estimula “creer” en nosotros mismos, o los programas coaching que promueven la independencia, la autosuficiencia, la autoconfianza y demás prácticas que exaltan el Yo. La verdad contracultural de esta bienaventuranza demanda a todo individuo sin discriminación o excepción alguna a destronar el Yo para que Dios pueda señorear, porque cuando estamos llenos de nosotros mismos, nos perdemos la bendición de la presencia de Dios.

Es imposible acceder a cualquier otra bienaventuranza si primero no vivenciamos esta, es decir, sino disfrutamos la bienaventuranza de ser pobres en espíritu no disfrutaremos de ningún otra. Una buena ilustración para esta bienaventuranza la encontramos en la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14) El fariseo de esta parábola confió en sí mismo y en sus obras ante Dios. En contraste, el publicano sólo se atrevió a decir: “Dios, ten piedad de mí, pecador”. La sentencia de Cristo fue: “… porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado”. Entonces es claro que, para entrar en el reino de los cielos y allí estar satisfechos en Cristo, primero debemos ser pobres en espíritu.

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