
“Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados” Mateo 5:4
El contexto de esta bienaventuranza está en Isaías 61:1-2 que dice: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para… consolar a todos los que lloran” aproximadamente unos siete siglos después a esta promesa Cristo inició Su ministerio público… En la primera bienaventuranza, Cristo ha dicho: “Bienaventurados los pobres en espíritu”, es decir, los que reconocen su bancarrota moral. Preguntémonos ¿es posible reconocer nuestra bancarrota moral sin lamentarnos por ella? Jesús ha prometido consolar a los que lloran por el pecado, en nuestros días debido al espíritu de nuestra época difícilmente podríamos encontrar un asunto más contrario o más contracultural. Lo común en nuestra modernidad es que la gente no se lamente por el pecado, pocos lo desaprueban. No solo se tolera, sino que se celebra. Nuestra sociedad no llora por el pecado. Incluso la iglesia fácilmente sucumbe a esto, y es triste, no nos lamentamos por el pecado porque lo subestimamos. Estratificamos los pecados, como si hubiese cosas “más pecaminosas” que otras. Pero el pecado no es trivial; es traición, una sublevación contra el trono de Dios. Nunca hemos cometido un pecado pequeño porque nunca hemos ofendido a un Dios pequeño. Cada pecado nuestro es una bofetada al Único Dios Verdadero. Mientras más lamentemos nuestro pecado —tanto individual como colectivamente— mayor será el consuelo que recibiremos del cielo. Si no lo hacemos, perdemos la oportunidad de recibirlo. El resplandor de la gracia debe contraponerse a la negrura del pecado, de tal modo que entre más se evidencie la gracia en nuestras vidas mayor repulsión debe haber en nosotros contra el pecado. Como dijo Thomas Watson: “Hasta que el pecado no te sepa amargo, Cristo no será dulce para ti”
Para el mundo, el duelo por el pecado es retrógrado y coercitivo; para el cristiano, es el camino al gozo. Imagina los alcances: si Mateo 5:4 es cierto, si Jesús realmente responde a nuestro arrepentimiento con consuelo y no con condenación, entonces hay razón para temer a quedar expuesto. Ya no tienes que presentar una versión maquillada de ti mismo a los demás pecadores redimidos. Puedes estudiar tu corazón y sondear las profundidades de tu enfermedad sin temor y sin vergüenza porque en el fondo no te espera un agujero negro, sino una roca sólida. Finalmente, nuestro consuelo está anclado a la verdad de que nuestro intercesor ante el trono de la gracia en Su encarnación no tuvo que hacer ninguna oración de confesión por Sus pecados ni una sola vez, Él ciertamente se lamentó por muchos pecados, pero no se lamentó por los Suyos ni una sola vez… no tenía ninguno. Y esa precisamente es la base de nuestra seguridad, la seguridad de la que puede apropiarse todo pecador: Jesús no solo lloró por el pecado; Él lo conquistó y luego murió en nuestro lugar para que podamos participar de aquello que por causa de nuestra naturaleza éramos indignos de disfrutar: Su gracia. Que Dios sensibilice nuestros corazones para que lamentemos nuestra bancarrota moral y así podamos maravillarnos más ante Su gracia consoladora.